jueves, 3 de noviembre de 2011

El mundo se acabó el jueves


Por Antonio Alonso.


PROLOGO

Desde el estallido de las revoluciones sociales y el derrocamiento de las dictaduras de Oriente Medio hace algunas décadas, el mundo entonces conocido sucumbió ante un nuevo conflicto mundial que se esperaba desde la Guerra Fría y cuyas semillas germinaron durante la Guerra del Golfo Pérsico.

Las personas de confesión musulmana eran prolíficas en el viejo mundo, más allá de las antiquísimas fronteras que defendieron durante las Cruzadas para conservar Jerusalén. Hacia la primera década del siglo XXI, representaban casi un 35% de la comunidad europea y, tan sólo en Rusia, casi el 60%  del ejército rojo era de origen árabe. Y éste es un caso especial, La Revolución Rusa y la instauración del Comunismo fueron promovidas por los judíos que ya habían alcanzado una importante cifra poblacional hacia mediados del siglo XIX, pero que no se les daba su lugar debido a que desde siglos atrás ya se les tenía clasificados como “refugiados” mientras –ellos decían- encontraban Palestina. Ahora, el pueblo hebreo ya no es numeroso, toda su riqueza fue invertida en establecer una ciudad en una región escondida de la Patagonia argentina, llamada por ellos “Nueva Palestina”.

Hacia la segunda década del siglo XXI, con la guerra contra el narco perdida en México y con los cárteles criminales invadiendo el Sur de los Estados Unidos, así como numerosos atentados no terroristas, sino guerrilleros, por parte de musulmanes fanáticorreligiosos a lo largo de la costa Este, y con una importante presencia militar asiática dirigida por los norcoreanos en la costa Oeste, el llamado Gobierno Libre Norteamericano tiene representatividad en algunos estados del centro, Alaska y  con sede gubernamental en Hawaii –que hacia el año 2043 es un conjunto de islas volcánicamente activo-. La presidenta estadounidense, Maria Maslow, solicitó refugio a países cercanos como Australia y Nueva Zelanda, recibiendo negativas por temor a la llegada de la guerra a esas tranquilas aguas del Pacífico.

En el año 2037, Irán, India y Vietnam lanzan su primer satélite de telecomunicaciones tripulado. Desde la Tierra, se contemplaban como otras estrellas debido a su gran tamaño. En consecuencia, Estados Unidos lanza la serie de satélites Pluma (Flew), tripulados y equipados con arsenal nuclear; el argumento es que los satélites de sus antiguos y actuales enemigos eran el preparativo para el golpe final contra la libertad en el mundo. Valhala, antes Groenlandia, actual sede de los gobiernos libres de Inglaterra, Francia, España, Alemania, Suecia e Italia, así como del Vaticano, emitió un comunicado la noche de navidad de 2045, conmemorando a los soldados que durante la Segunda Guerra Mundial tenían la esperanza de acabar pronto con los problemas bélicos que aquejaban a Europa desde 1939 y que ahora reaparecían con un titular más poderoso con el poder real de destruir el mundo, con la característica de asesinar cruelmente a cualquier persona de confesión distinta a la musulmana, sin distinción de edad; lo anterior ocasionó que muchas ciudades fueran abandonadas, desde la Estación Espacial Internacional las noches en Europa eran igual de brillantes que durante la era del imperio romano.

Treinta y tres años antes, en la Noche Buena del año 2012, los antiguos tripulantes de la Estación Espacial Internacional emitieron el siguiente mensaje:

“Muchos hemos leído y escuchado noticias acerca de los mitos del fin del mundo, a través de diferentes panoramas, todos apocalípticos, desoladores. Pero, ¿cuántas veces ha vivido nuestra especie situaciones desalentadoras y sobrevivido a cada una, renaciendo más esplendorosa siempre? Estamos seguros de que nuestra sociedad, nuestras patrias, encontrarán una forma civilizada de salir adelante, consiguiendo que vivamos pacíficamente en el futuro. Feliz navidad a todos”.



ENERO DE 2046.
VIERNES

Con unos minutos de retraso llegó a la Estación Espacial Internacional la noticia de que Inglaterra había perdido contra Taiwan la batalla por las Islas Malvinas. En un cintillo adjunto, se leía la esquela del último Dalai Lama; “muerto por cirrosis, los problemas del mundo lo orillaron a la bebida”, comentó el médico de cabecera del líder tibetano. Friedrich Wilson, el tripulante americano de la nave, estaba cansado de leer sólo malas noticias en los diarios; la última buena noticia que recuerda es el nacimiento de Rebeca, su segunda hija, dos meses después de su reclusión en el espacio. Rebeca tendría hoy diez años, murió junto con su hermana durante un atentado terrorista en su escuela a los seis años de edad; la madre se suicidó.

Fred Wilson tiene apenas 38 años, pero sus preocupaciones le habían promovido años atrás una pálida cabellera blanca. Contrario a su homólogo ruso, Vladimir Onatopp, que había sido huérfano y no tenía descendencia o un amor allá abajo en quienes pensar todos los días. Igual de jóvenes y con la misma capacitación, pero con diferentes perspectivas, peleaban siempre por asuntos terrenales que a sus países ya no importaban, cancelándoles automáticamente sus boletos de regreso a casa. En lo sucesivo ya no habría viajes al espacio más que por parte del eje asiático-musulmán para conquistar el universo en ésta nueva guerra santa, dicen sus líderes políticos y religiosos.

Vlad se preocupaba sólo por mantener en buen estado un revólver viejo con que contaba la Estación desde que se puso en órbita. Sus negros ojos contrastan con su blanca piel y parecieran hipnotizados, concentrados sólo en pasar el limpiapipas por las recámaras y el cañón de la pistola. De vez en cuando volteaba por la ventana al lado de su colchón para contemplar la Tierra, pensando en las misiones que su país alguna vez envió al espacio y en los cosmonautas que alguna vez fueron los grandes héroes de su infancia. Él ya los había superado y dejó de tener héroes, por lo tanto, dejó de tener metas y aspiraciones; sólo esperaba el momento para darse un tiro en la cabeza.

Al pasar por el lado oscuro de la Tierra, llega la noche a Europa. Se aprecia un baño de penumbras de proporciones épicas, como si nunca antes hubiera habido vida en esa región del mundo. “Desde el espacio y a simple vista, no hay evidencia o testimonio de la presencia del hombre en la Tierra; allá abajo se vive el infierno y no hay testigos más allá del anillo de satélites que puedan salvar a la humanidad”, anota Wilson en su diario y añade, “el hombre vive para repetir su historia, hasta llegar al grado en que ya no pueda hacerlo, cuando deje de existir, entonces permitiremos que las cosas sigan su orden natural y llegue alguien mejor para poblar nuestro mundo; aunque en realidad espero que ya nadie perturbe la calma de nuestro eterno descanso perdidos en el cosmos”.



SÁBADO

Perdidos en la Antártida y sin equipo de localización satelital se encontraban miles de soldados suecos, holandeses y daneses derrotados. El Almirante Sven Berger era el oficial de más alto rango y por lo tanto el comandante de las tropas. Con sus naves improvisaron campamentos alrededor de un viejo laboratorio de la ONU, casi en el Polo Norte. Una expedición de reconocimiento encontró una región cálida en lo que parecía ser un cráter del que no se apreciaba la otra orilla al horizonte, sin embargo, de él salía una potente luz que se reflejaba en la aurora boreal sobre el cielo. El Honolulu Times, que dio a conocer ésta historia la mañana del sábado, dice en la última página de éste reportaje que se encontró una flota de submarinos de diferentes nacionalidades desaparecidos durante la Segunda Guerra Mundial aún en condiciones de navegar. Los hombres de Sven Berger los usaron para escapar a Hawaii donde se les brindó atención médica; algunos marinos perdieron extremidades y grandes trozos de piel debido al gran frío, otros murieron con los cambios de temperatura y algunos fallecieron en el cráter por exponerse a un tipo de radiación no especificado. María Maslow develó una placa conmemorativa en honor de la gran proeza de éstos soldados perdidos, algunos de los cuales intentaron matarla por representar al país que inició la guerra. Berger fue encarcelado y condenado a la inyección letal por “ofensa a la nación”, con la promesa de ser recordado honorablemente.

Los submarinos fueron hundidos en algún lugar del océano Pacífico y, según fotografías tomadas desde la EEI por la cámara Kodak de Wilson, rescatados por una flota de barcos pesqueros filipinos. Con esto, como reportó BBC por la noche, Filipinas se armó de valor para invadir las  costas de Australia. En CNN aseguraron que los sobrevivientes del atentado con arsenal arcaico se refugiaron en el desierto, se estima que al menos 40% morirá debido al intenso calor y la deshidratación, así como las numerosas especies de mamíferos carnívoros y aves carroñeras.

Por televisión se reportaron todas las noticias del día pero no hubo quien escuchara; Fred Wilson preparaba hot cakes para la cena y Vlad Onatopp hacía ejercicio mientras escuchaba música de principios de siglo, recordando los clásicos del difunto Justin Bieber, un grande de la música de su generación.



DOMINGO

“Dios hizo el mundo en seis días y descansó el séptimo. Sólo al hombre se le ocurre rendir tributo y homenaje a un ser imaginario el día de descanso. Yo prefiero ver videos de un mono orinando gente en un zoológico, sólo porque nunca conocí uno”, escribió en su bitácora Vladimir.

La gaceta francesa Le Monde informó al mediodía que las aguas del océano eran tan tóxicas que las tuberías de petróleo transoceánicas habían derramado las reservas de hidrocarburos de los próximos 30 años. Por condiciones de temperatura, gravedad y meteorología, todo ese petróleo formó una espera perfectamente redondeada en el centro del océano Atlántico a lo largo de los años que empezó a derramarse, desde principios de siglo con el antecedente de British Petrolium.

Por la tarde de domingo, se hizo la luz. El gran destello con que Dios creó el mundo se recreó durante los últimos minutos del domingo justo en el centro mitológico de la Tierra, donde muchos han demostrado con teorías y, recientemente fotografías satelitales, que existió la Atlántida –no en vano el nombre del océano que tiene arriba, el Atlántico-. Una misión secreta de asiáticomusilmanes había hecho estallar la gran burbuja de petróleo en una combustión que sofocaría al mundo con su humo tóxico durante cientos de años, suficiente para crear un invierno negro y acabar con la vida en la Tierra en cuestión de semanas, contaminando el aire y el agua.



LUNES

Terminar la guerra había dejado de ser un objetivo. El punto ahora era salvar a la humanidad. La presidenta de los Estados Unidos, María Maslow desclasificó un archivo que contenía toda clase de mitos y leyendas acerca de una civilización que vivía debajo de la Tierra, entregando la misión de encontrar sus ciudades a un grupo de científicos hasta ahora desconocidos.

-¡Esto es increíble! Las noticias son cada vez más ridículas y esos desgraciados políticos han demostrado su incompetencia para preservar la vida. ¡No puedo creer que esa mujer, aún viviendo en un gobierno exiliado, gane noventa mil dólares al mes! –exclamó desesperadamente Fred Wilson luego de aventar la charola de su desayuno hacia la pantalla de televisión, haciéndola explotar-.

Su enojo tenía sentido, y es que Estados Unidos seguía vanagloriándose y construyendo monumentos a su falso poderío, a sabiendas de que no es ni la sombra de lo que alguna vez fue.

La siguiente noticia, de la que sólo se escuchaba un audio distorsionado era que una mujer latina llamada Rocío Ojeda se había bañado en gasolina y prendido fuego en protesta por la crisis mundial, lo que sólo fastidió al servicio de sanidad porque todos los días recogen cadáveres calcinados de protestantes bañados en gasolina.

-Las televisiones no las regalan, sabes –respondió Vlad sin levantar la vista-. Es la segunda tan sólo ésta semana, mejor aplasta tu radio y déjame ver las caricaturas. Estoy aprovechando la estática espacial para ver cualquier programa de cualquier canal en la historia; ¡benditos ecos! No puedo creer que me haya perdido de toda ésta programación. Por cierto, ¿puedes explicarme por qué Kenny siempre muere?

-Ese, mi amigo, es uno de los secretos mejor guardados del universo.

-He llegado a pensar que a veces suponer por qué Kenny siempre muere le da sentido a mi vida.



MARTES

La luna explotó en mil pedazos. En un informe de último minuto se dio a conocer que la utopía fallida creada por científicos y ateos ricos en las cavidades de la luna llegó al grado de la autodestrucción.

El Papa Marcelino III dijo al respecto estar contento porque “la explosión de la luna es una demostración de las atrocidades que la ciencia puede hacer al hombre, y que el mundo conocido será salvado por Dios luego de salvar a sus hijos más devotos y de exterminar –énfasis en exterminar- a los paganos y profanos musulmanes”.

La onda expansiva de la explosión lunar sacudió todos los satélites artificiales de la Tierra. El sistema eléctrico de la EEI se suspendió unos minutos, cosa atroz, desesperante. Las telecomunicaciones se interrumpieron permanentemente, pues las antenas sufrieron daños irreparables y no había repuestos disponibles.

A unos cientos de kilómetros de distancia, se encontraban a punto de colisión dos satélites, uno americano y otro ruso, ambos con tripulación armada. Todos salieron a tiempo para salvar sus vidas, pero dispuestos a batirse en un duelo a muerte. Ninguno contaba con que las armas de fuego son ineficaces en el espacio, por lo que fue combate a mano.  Desde la Estación Internacional no se distinguía la batalla, que era una encarnizada lucha de unos por cortar el oxígeno de los otros. El choque provocó una explosión que mandó hacia el infinito a los contrincantes más viejos del mundo contemporáneo, a uno que otro lo envió a una muerte horrible ardiendo en llamas por el roce con la capa de ozono terrestre. Algunos cadáveres sin casco, con el rostro congelado y ennegrecido por las quemaduras del Sol, llegaron a la EEI.
Por una radio vieja alguien intentaba comunicarse con ellos. Se preguntaron si sería alguien de la Tierra, pero no podía ser, pues la densa capa de humo no permitiría ver los destellos en el espacio, hasta que cayera la chatarra meses después. Seguramente era otra nave.

-Aquí el…. Steph…alguien…explosión… destello?

No se comprendía más por la longevidad del dispositivo, sin embargo podían arreglarlo para hacerlo más potente. Tardaron unas horas, pero para cuando lo terminaron ya nadie contestaba.



MIÉRCOLES

La Tierra era una gran esfera negra. Horas después de la última comunicación, las señales de radio sintonizaron una noticia alarmante: la comunidad libre estadounidense y Valhala habían dejado de existir, Rusia había iniciado una guerra nuclear a gran escala. Friedrich Wilson se asomó a la ventana y vio cómo por unos instantes se disipó el humo de la atmósfera terrestre para permitir que un hongo nuclear naciera para arrasar con su tallo todo al derredor suyo. En cuestión de minutos la radio estaba muerta. Fred se tiró al piso y se recargó sobre el umbral de la entrada al comedor; su mirada quedó perdida, observando un pinto fijo en el infinito.

Vladimir jugaba en el ordenador una versión vieja de Starcraft: The End of the World, en la comodidad de su camarote. Lo que ocurría fuera de su espacio personal no era su asunto; siempre había vivido solo y sabía que así habría de morir.

Detrás de la tierra, brillaba el oscuro destino de los triunfos y derrotas del hombre, sus descubrimientos e inventos, la historia de sus grandes guerras y odiseas, los grandes y pequeños detalles que marcaron a generaciones enteras, el conocimiento del universo conocido en lo macro y lo micro. El Sol iba a tragarse la Tierra. Sin embargo, había confusión; dos soles se suspendían sobre el sistema planetario y el que acechaba a la Tierra era del tamaño de Saturno.

Un largo brazo de fuego se extendió majestuoso y cubrió a la Tierra. En un parpadeo se formó un halo blanco fuera del punto negro, los océanos, glaciares y otros cuerpos de agua se habían evaporado; acto seguido, la corona de fuego incineró la tercera roca. Las partículas que despidió la silenciosa explosión formaron increíblemente un arcoíris. La EEI fue proyectada hacia el infinito con brutal fuerza, todas las luces de alarma parpadeaban como locas y un concierto de pitidos exigía la supervisión de los tripulantes sobre los sistemas que controlan la vida artificial. Ambos tripulantes fueron noqueados por la poderosa sacudida.

Al despertar, no tenían equilibrio ni noción del tiempo, pero sí una fuerte jaqueca y los cuerpos adoloridos por los golpes que recibieron.

-¿Cuánto tiempo ha pasado? Parece que la Estación ha recuperado la estabilidad –aseguró Vlad, revisando algunos controles en la cabina de navegación, aunque funcionaba sólo con la energía de reserva, suficiente para algunas horas-. Tenemos oxígeno para un día, si es que la fuga se detiene en los próximos segundos.

Fred se angustió. Llevó su mano izquierda a su boca para disimular su miedo. Al revisar su reloj digital notó que pasaron sólo un par de horas. Se reunió con Vladimir. Justo a su entrada, comentó.

-Mi amigo, nuestros chistes nacionalistas, racistas ni sobre miserias ajenas ya no tienen gracia ahora –se asoma por la ventana para contemplar el cosmos estrellado-. Creo que somos los únicos humanos ahora. Somos un pequeño, diminuto punto invisible incapaz de emitir una señal de radio delatora de nuestra posición, o nuestra existencia al menos. No me agrada decirlo de ésta forma, pero es como podría interpretarlo: el brazo de Dios destruyó la Tierra y permitió que sólo nosotros sobrevivamos. Concretamente, ¿qué fue? No puedo asegurarlo; quizás una explosión irregular de la corona solar. También, pudo ser un hoyo negro que absorbió energía suficiente como para prenderse en llamas y que explotó al tocar la Tierra. No tengo idea. No queda evidencia –su voz temblaba hacia las últimas palabras, luego la cabina quedó en silencio-.

Ambos se contemplaron a momentos, luego volvían sus miradas hacia el espacio infinito, hacia estrellas que, desde donde estaban, ya no podían identificar. Luego, Vlad suspiró y habló.
-¿Te das cuenta? Esto representa algo más que un choque cultural, aunque literalmente haya sido la destrucción de la cultura contemporánea. Es, para nosotros, un gran dilema existencial. Para mí lo es, mi amigo americano –dijo con sarcasmo-, y te diré por qué. Al ser huérfano, el Estado ruso te brinda educación, vivienda y alimentación como a cualquier ciudadano, incluso te prepara psicológicamente para aprender a vivir en colectivo, a pensar tus acciones en beneficio de los demás, a dar tu mejor esfuerzo pensando en los demás. ¿Me explico? Toda mi vida viví creyendo en una Rusia próspera, verdaderamente soberana. Lo que aprendí, lo que descubrí, lo compartía siempre con mis alumnos en la universidad. Eso era mi mundo, lo que amaba. Para mí, el sentido de la vida.

-En estos momentos ya no existen las preguntas inteligentes, así que preguntaré. Con eso, ¿cómo te sientes?

-Tengo una pistola lista para pegarme un tiro antes de morir asfixiado. Si de algo te sirve, hay otras cinco balas en el barril. ¿Responde eso a tu pregunta?

Friedrich frunció las cejas como diciendo “¿de qué se trata?”. Acariciando su blanca cabellera y desempañando sus gafas antiUV se incorporó para dar su opinión.

-Desde el principio, el hombre ha vivido en el individualismo; y no me refiero a individuos particulares, sino a la gran cantidad de filosofías colectivas con que la sociedad se ha fragmentado y escudado durante milenios, desde las ardientes arenas del antiguo Egipto con sus pirámides construidas por esclavos hasta la Nao china, desde los sacrificios mayas a la Inquisición Española. Todo por una razón que en el fondo movió a millones y marcó generaciones, derramó océanos de sangre, derrocó monarcas, erigió muros y estatuas, cambió la geografía mundial. ¿Para qué? Desde nuestra posición hace unas horas nada de eso era visible. Desde el espacio no hay evidencia de que el ser humano haya existido nunca, salvo por la chatarra que ahora somos. No somos más que un punto insignificante, una partícula de polvo flotando a la deriva. Y todo lo que el hombre hizo en sus miles de años, ¿de qué ha servido? Exageró sus políticas, desvirtuó sus tradiciones y creencias hasta llevarse a la inevitable extinción, aunque en realidad haya ocurrido por un factor externo. Aunque tú y yo pudiéramos procrear, o clonarnos, el fin está escrito y ocurrirá cuando ese foco rojo se encienda y se termine el oxígeno. ¡Tú y tu estúpida conciencia colectiva pueden irse a la mierda!

Vladimir Onatopp no se contuvo y se arrojó sobre Wilson para golpearlo hasta el cansancio. Hicieron maniobras increíbles para poder dar los puñetazos, codazos, rodillazos y cabezazos en el ridículamente pequeño espacio del que se dispone en esas cabinas de navegación. En esa mala coreografía de combate cuerpo a cuerpo rompieron varios paneles y tiraron papeles por todos lados. Ambos se agarraron del cuello para ahorcarse. Vlad, por ser más alto y fuerte, casi mata a Fred. Ambos tenían los ojos inyectados en sangre, rabiosos.

Vladimir respiró profundo y cerró los ojos. Soltó a Fred y lo empujó hacia atrás. Aquél se tiró al piso y respiró profundo. Vlad lo miró directo a los ojos con lágrimas en su semblante.

 -Mira. Nos hemos convertido en lo que más odiamos. Seguimos luchando por cosas que no tienen sentido ya.

-Como escribí en mi bitácora, estamos condenados a repetir nuestra historia.
La alarma de colisión sonó a todo volumen en la EEI. Una nueva sacudida tiró a los astronautas, obligándolos a sujetarse de cualquier cosa. Algo los estaba atrayendo. Un cuerpo espacial más grande que la nave terrícola estaba ejerciendo su gravedad, supuso el ruso. Ambos esperaban un sanguinario final. Las luces se apagaron y la alarma repentinamente dejó de escucharse, cerraron sus ojos con toda su fuerza y contuvieron el aire tanto como pudieron. Las sacudidas cesaron y aquellos estaban ahora en posición fetal. Tardaron unos segundos en darse cuenta de que seguían con vida.

Una potente luz blanca entró por las ventanas e iluminó el interior de los restos de la EEI, obligó a los tripulantes a abrir los ojos que, aunque cegados por su potencia, se adaptaron poco a poco a la intensidad de la luz.



LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

-¿Estamos muertos? –preguntó en voz alta el último americano-.

-No lo sé. Pero creo que los católicos así definen la entrada al Cielo, una potente luz blanca. Se supone que en alguna parte debe haber un túnel –siguió con risas el astronauta ruso.
Se escucharon voces fuera de la EEI. Unos golpes a la escotilla de entrada y luego una explosión que la voló. Unas siluetas blancas entraron, noquearon y tomaron a los aturdidos terrícolas. Para cuando despertaron, estaban encerrados con otros humanos en lo que parecía ser una celda que, en vez de barrotes, estaba bloqueada por un campo invisible. Los custodiaba un sujeto de apariencia humanoide, protegido con una armadura blanca con acabados azules y rojos, carente de rostro o al menos una máscara que simulara uno; estaba armado con una lanza.

-¡Han despertado! –dijo una voz aguda-.

Un hombre con capacitación en primeros auxilios los examinó y su dictamen fue que estaban en buenas condiciones. Aunque veían borroso, identificaban las siluetas de otras personas, pero creyéndolos hostiles intentaron golpearlos.

-¡Oh, calma, vaqueros! Soy el Coronel Arthur Mayhew, de Pluma IV. Bienvenidos a la vida después de la muerte. No es precisamente el paraíso, pero seguimos esperando a Pamela Anderson o una edecán cualquiera.

-Capitán Vladimir Onatopp, cosmonauta ruso. Él es mi lacayo, Mayor Friedrich Wilson, americano. No creímos ver a tantos sobrevivientes.

-Sobrevivientes, no creo –interrumpió Mayhew-. Prisioneros, por otro lado. Suponemos que hay más en alguna otra parte de la nave. Entre las estaciones espaciales deberíamos sumar unos doscientos, aquí no llegamos a los cuarenta; a pesar de que hay hasta musulmanes y chinos entre nosotros.

-Éramos más, claro –dijo un corpulento hombre alto y de barbas rojas-. A algunos se los llevaron expeditamente, no sabemos más. Ese que ven allá tirado está inconsciente, intentó rescatar a su hermano, uno de los abducidos, pero el muro invisible que nos recluye aquí lo tiró. 
-Y usted –formuló pausadamente Fred-, ¿quién rayos es?

-Mayor Woodrow McDonagh, Naciones Unidas. Inexistentes ahora, claro. Veo por sus uniformes que son de la Estación Espacial Internacional.

Los tripulantes de la EEI asintieron a McDonaugh. Por un instante conservaron sus miradas perdidas, en un intento de asimilar lo que pasaba. Era obvio que alguien los había rescatado o secuestrado y que algo haría con ellos. Humano o no, evidentemente no quería relacionarse con los terrícolas. Si la Tierra ya no existía más, entonces ésta era clara evidencia de vida inteligente en algún punto del universo, sin comprobar aún si era pacífica o era hostil.

Vlad y Fred tenían un punto a su favor: aún había humanos vivos. Por el contrario, la suposición es que los estaban asesinando uno a uno, de acuerdo con un orden desconocido.

Justo frente a ellos pasaron un contingente completo de terrícolas, con los uniformes de varios países; con las manos sobre la cabeza, avanzando a punta de lanza. Uno de ellos cayó al piso por tropiezo y uno de los guardianes le disparó un rayo incinerador con su lanza, de pequeño humano sólo quedó ceniza. Todos empezaron a gritar, por miedo y en protesta, golpeando el piso y los muros. Una larga columna de  guardias se colocó frente a la celda, apuntando sus lanzas contra los prisioneros. En sus cabezas empezaron a parpadear luces rojas hasta que se encendió algo parecido a un ojo rectangular, como cíclopes. Los aprisionados se echaron atrás, algunos se tiraron de rodillas al piso, rogando por sus vidas, rezando y persignándose; dos de los carceleros entraron y pronunciaron los nombres Vladimir Onatopp y Frederik Wilson.

-Es Friedrich. Friedrich Wilson –replicó el titular-.

Acto seguido, los listados se pusieron de pié y avanzaron hacia los blancos tótems. Los celadores no dieron indicaciones, pero se entendió que la instrucción era salir al pasillo. Los musulmanes se aventaron contra ellos en un intento suicida por tomar las armas alienígenas y escapar, aprovechando la aparente confusión; pero aquellos eran rígidos como rocas y no cedieron. El muro protector invisible los calcinó al contacto, quedó flotando una densa nube del polvo en que se convirtieron.

Onatopp y Wilson fueron escoltados a lo largo de un pasillo con piso de mármol, cubierto con una fina alfombra roja, iluminado por enormes candelabros de estilo minimalista pero muy elegante; los muros eran una enorme ventana con vista a la nada, donde se apreciaba una gran caída libre al espacio. Poco tardaron en llegar a un vestíbulo “diseñado para gigantes” –susurró Wilson-, frente suyo dos enormes puertas blancas con detalles dorados, resguardadas por dos hombres blancos de cana barba, cada uno con una llave dorada que metieron en la chapa de su respectivo lado de la puerta para poder abrir y ceder el paso a los terrícolas. 

-Si estuviéramos viendo una película, diría que se trata de una burda representación del cielo –comentó Vlad, Fred lo vio de reojo conteniendo una carcajada.

No avanzaron hasta que sus guías  les indicaran el paso. Se escuchó un grito de llanto, alguien suplicaba, luego una luz azul destelló iluminando el área dentro del portal; la intriga terminó en silencio. Como si nada, entraron. Escucharon las risas de un hombre anciano y unas palabras que se pronunciaban en un idioma desconocido. A su paso, vieron una montaña de ropa y unos hombres de aspecto caucásico, rubios, resguardando las cosas y escoltando a otro grupo de prisioneros. Se encontraban en una especie de domo gigantesco, lo que supusieron que es la base operativa del lugar donde estaban. Caminaron un largo tramo y llegaron a otra puerta, ésta más pequeña que la anterior, pero grande de todos modos.



DONDE NO HAY ORDEN

Friedrich y Vladimir ignoraban completamente dónde estaban y qué hacían ahí, sobre la puerta frente a ellos se planteaban decenas de posibilidades, buenas y malas, aunque la mayoría carecían de final feliz. Llegaron dos hombres con trajes blancos de estilo militar, hablando con un acento desconocido pero similar al alemán. Los azules ojos de los nuevos escoltas hacían que se perdieran las miradas de los tripulantes de la EEI como si fueran profundos océanos.

-Soy el Oberst Kurt Steiner –se presentó uno-, supongo que éste idioma lo reconocen. En breve se entrevistarán con… Él.

-Y, ¿Quién es Él? –preguntaron al unísono.

-Das interessiert ihn nicht! –Gritó el otro rubio.

Se abrió la puerta tras ellos. Oberst Steiner entró primero, luego los astronautas y detrás el otro tipo. Se quedaron todos parados un paso delante del umbral impresionados por lo que veían, no era posible un lugar así. “La hermosura y simpleza, la sensación de tranquilidad en un ambiente perturbador era digno de los dioses, ahora nosotros estamos aquí, en lo más cercano al paraíso, sólo que no creo en Dios”, dijo Wilson.

-Seguro, estamos soñando. Golpéame, Wilson.

Wilson golpeó a Vlad y no logró lo planeado.

-Wilkommen, meine herren. Avancen hacia mí para poder conocernos. Sean bienvenidos a la Gross Nachtsonne.

-Adelante, Vlad. Da el primer paso, eres ruso después de todo.

-¡Imbécil! –replicó Vladimir con miedo en el rostro.

Delante de ellos había un precipicio sin fondo. Se encontraban en lo que parecía una burbuja de aire en el espacio, tenían miedo de avanzar y terminar deambulando en el universo sin rumbo y congelados.

-Esto, amigo americano, me recuerda a esa historia de Jesús caminando sobre el agua. 
Seguro es un truco o de veras estamos soñando.

-¡Cierto! De todos modos, igual acabaremos muertos, qué más da. ¡Avancemos!

Fred dio el primer paso, sin miedo, hacia donde se escuchaba la voz. Tras avanzar unos metros, lo siguió Vlad, hasta que se adentraron una distancia considerable. Apareció detrás de un árbol en un terraplén flotante una figura humanoide muy anciano, encorvado, de piel grisácea, calva y de grandes y redondos ojos, cubierto por un manto rojo con detalles morados. 
-Buenas noches, señores –dijo el hombrecillo con una voz clara y gruesa-. Permítanme antes atender una situación –señaló detrás de él, se volteó y extendió su brazo para levantar a un hombre, cuyo uniforme era de la estación británica.

-Mi Señor, he creído en ti. He cumplido con tus mandamientos, vivido para ti. ¡Sálvame! –gritaba desesperadamente el individuo, las lágrimas empapaban su rostro y buena parte del uniforme; sostenía con fuerza la capa, la suficiente como para arrancarla.

-¡Te digo que no! Nunca fui a ese mundo tuyo, nunca les dije cómo comportarse ni les pedí que creyeran en mí. Ni siquiera me explico por qué me atribuyes esas cosas terrenales.

Friedrich y Vladimir se miraban asombrados ante la sorpresa que se llevaron. El discurso de aquél inglés revelaba que ese hombrecillo gris estaba siendo comparado con Dios.

-No existe lo Todopoderoso ni lo omnipresente, te digo –seguía el anciano-. ¡No soy ese del que hablas ni sé quién se supone que es, nunca he escuchado de esa Bibl… lo que sea ni tengo un plan divino para todos! Pero si lo que quieres es estar en otro lado, lo mejor que puedo hacer es desaparecerte.

-¡La Asención, sí, sí! Llévame contigo, Señor.

-Estás conmigo, imbécil. Pobre ciego –tras terminar éstas palabras, el inglés cerró sus ojos y extendió sus brazos hacia arriba, creyendo que aún existía el cielo-.

El “dios” puso su mano sobre la cabeza de aquél hombre y lo incineró. Se levantó una capa de cenizas y el uniforme cayó al suelo. La burbuja donde se encontraban empezó a ser cubierta por un domo de hierro, quedando el suelo a descubierto como su fuera de cristal, conservando la vista al espacio, excepto una ancha alfombra roja que atravesaba el lugar y llevaba hasta el árbol.

-No sé qué es eso que llaman Dios, pero cómo me gustaría tener todo ese poder. ¿Se imaginan lo rápido que resolvería tantos problemas? Ustedes estarían en sus hogares con sus familias. Sé que ustedes no creen en esas cosas y que han hecho más bien siendo como son que creyendo en esas patrañas, que sólo han llevado miseria y muerte a cada civilización que ha habitado algún planeta en cada rincón del universo. Jamás pensé que éste estúpido árbol me traería tantos problemas, lo creé sólo para adornar éste cuarto.

-¿Quiere decir que ese es el “árbol de la sabiduría”? –preguntó asombrado Fred.

-¿Sabiduría? ¡Ja! Yo no le llamaría así, mi muchacho. El árbol fue creado para perfeccionar mi jardín, ¿comprendes? Sirve para “perfeccionar” –enfatizó con un movimiento de manos-, potencia ciertas cualidades. No era mi intensión que ésta planta funcionara así. Ni siquiera sé cómo llegó hasta allá, o cómo ustedes llegaron allá; me refiero a los de su especie.
-Se supone que es un largo proceso de evolución que… -intentó explicar Vladimir pero fue interrumpido sagazmente.

-Lo de la evolución me lo sé de memoria. Hasta yo mismo pasé por esos procesos, biológicos y psíquicos. Ustedes eran creación de mis guardianes originales para mantener el orden fuera de mi sede en el Ministerio. Soy el Primer Ministro, además de ser la primera creación del universo, y también soy el último Ministro, el que tiene la tarea de reorganizar éste desastre. Sus creadores fueron mis alguna vez consentidos lizardos, que ahora están contra mí y contra ustedes. En el principio, estábamos mi padre y yo, cabe resaltar que yo soy la representación astral, psíquica, gráfica de mi padre, en otras palabras, soy él comunicándose mentalmente con ustedes, aunque tengo cierta autonomía. Con el tiempo y el fastidio, creé el polvo para divertirme con sus propiedades químicas y hacer objetos con diferentes formas, hice polvo de diferentes colores, tamaños y aromas, creé sustancias y herramientas con propiedades distintas que, con el tiempo, fui desechando. Lo descompuse en sus partículas más pequeñas sin imaginarme que era altamente volátil, lo concentré en un solo punto e hizo implosión. No tienen idea de lo extremadamente aburrido que es ver una burbuja de fuego crecer durante quién sabe cuánto tiempo, enfriarse por otro tiempo igual y luego dividirse y expandirse por otro tanto. Para proteger a mi padre, lo aislé en esa esfera –señaló arriba, se trataba de un huevo enorme que fungía como sol interno en la cúpula-.  Para explorar e investigar lo resultante creé a los lizardos; pero, por alguna razón, entre ellos hubo disidencia y grandes combates. Con el tiempo supe que habían consumido el fruto de ésta planta. Los que aún eran fieles a mi padre crearon a los monos, cuyo proyecto iniciaron varias veces fallando al principio, muchas de las muestras las congelaron y las lanzaron al espacio, algunas llegaron a planetas como el suyo y las condiciones propiciaron la evolución, como lo fue en su caso. Luego conocieron ésta planta maldita, inventaron seres mágicos invisibles y llegaron a la autodestrucción. Hace unos cien años rescaté a muchos de ustedes, ¿saben? Herr Oberst Steiner es bisnieto de uno de ellos –hizo la seña para que se le acercara-.

-Entonces usted rescató soldados nazis. ¡Sabíamos que la evidencia de que contactaron aliens era verídica! –gritó emocionado Fred-.

-Perdón, ¿qué quiere decir esa palabra?

-Significa que son seres no originarios del planeta Tierra.

-Pero Herr Wilson –agregó Steiner-, ¿a caso no entiende? Ustedes, nosotros, no somos originarios de la Tierra, llegamos a ella en forma de bacterias, de alguna forma también somos invasores.

Se produjo una pausa muy larga, durante la cual Vladimir y Friedrich intentaron asimilar toda la información.



JUEVES

-Como sea-agregó desinteresadamente el hombrecillo-. Ni mis sirvientes ni yo podemos controlar lo que pasa en el universo que he creado. Mi padre quiere restablecer el orden de las cosas volviéndolas a su estado anterior y la mi intensión es crear las condiciones adecuadas para que se haga. En éste momento nos dirigimos al punto donde ocurrió lo que ustedes acertadamente llamaron Big Bang.

-Si tuviera tiempo de escribir un libro sobre esto… Si sólo tuviera tiempo –dijo cabizbajo Friedrich.

-El orden puede ser restablecido sólo destruyendo el universo –aclaró Steiner-.

-¡¿Qué?! –gritaron los terrícolas.

-Pero claro. Está en la naturaleza de su especie autodestruirse. Incluso ésta nave fue creada por, ¿cómo les llaman?  Humanos, con el propósito de destruir –dijo el hombrecillo-. Nada podrá detener la voluntad de mi padre, todo será paz como en el principio.

-¿Cómo encajamos nosotros en su plan? –preguntó Vladimir-.

-Herr Onatopp, tienen el privilegio de atestiguar el fin del universo.

-Ya nada importa –dijo indiferente Vlad-. Nunca podremos decir que el mundo se acabó el jueves. De nada sirve atestiguar. Si piensan destruir el universo, háganlo, no se molesten en avisarnos. Sólo tengan en mente que todos los humanos en ésta nave tuvimos alguna vez familia, paseamos alguna vez por algún verde parque con nuestros abuelos, padres, hermanos, hijos o nietos. Nunca volveremos a vivir esos momentos de felicidad. Nuestra historia y nuestro futuro serán aniquilados por un insignificante hombre-Dios cuya arrogancia lo limita a hablar egoístamente de la vida de él con su padre. ¿Y nosotros?

-Puede que yo no sea un Dios, pero para proteger a mi padre de tu discurso pagano debo evacuarte –los negros y redondos ojos brillaron siniestramente, concentrando la mirada en el astronauta ruso que la mitad de su vida quiso morir para sentirse vivo-.

La pequeña figura alzó sus brazos en dirección a Vladimir Onatopp, con una sacudida de manos lanzó por el aire a Friedrich para alejarlo. Una corriente de aire hizo volar la capa del hombrecillo y, como si trajera navajas y espadas, el viento cortó en pedacitos muy pequeños de forma lenta y dolorosa al último ruso vivo en el universo. No quedó evidencia dentro de la cúpula, todo cayó hacia el espacio, flotando de por vida por el infinito en lo que se considera un alto honor para un astrónomo.

Friedrich Wilson gritó varias veces el nombre de su colega, siendo ignorado por todos. La nave tembló unos segundos después.

“¡Los prisioneros se amotinan!”, gritó uno de los arios. El hombrecillo se refugió cerca del árbol. De alguna forma, algunos prisioneros se hicieron de unas armas y lograron capturar las celdas y la armería, ahora se dirigían a la sala de mando para controlar la nave. Era la última operación suicida en que participaban tropas de diferentes nacionalidades, y se trataba de cientos de elementos  que estaban recluidos en la Gross Nachtsonne. Se estaba librando una batalla a muerte que puso a temblar a los arios, pero no a los guardianes mecánicos, esos tótems blancos que se erguían como titanes, que disparaban sus lanzas e incineraban todo a su paso.

-Preparen el conteo, estamos en el lugar. ¡Drei Minuten (tres minutos)! –gritó el Oberst Steiner; inmediatamente, Wilson se le aventó para matarlo y quitarle su arma.

Las enormes puertas blancas estaban por caer. El Coronel Mayhew se encargaba de la sala de control mientras que el Mayor Woodrow McDonagh mantendría el control de la armería y la entrada al hangar con los pocos hombres con que contaban. Los dos porteros no dieron mucha batalla, fueron asesinados a golpes por los solados australianos y las puertas derribadas por el poder de explosivos improvisados. Dentro los esperaban cientos de tropas guardianas listos para defender la nave, pero los terrícolas usaron bombas de humo para crear distracción y poder tomar lugar dentro de la sala, aunque los disparos iniciaron antes; se veían luces rojas y azules por todos lados, cruzando como si fueran flechas, y explosiones en cada esquina.

Fred tomó del cuello a Steiner para asfixiarlo pero por detrás lo jaló el asistente del Coronel Steiner y le dio un puñetazo en la mandíbula a Fred. Éste sujetó al tipo de la camisa y se tiró al piso para jalarlo con la fuerza de su caída y arrojarlo lejos. Steiner se aventó sobre las piernas de Fred y sacó una daga para clavarla en su abdomen, pero aquel arrojaba patadas y rodillazos para zafarse, además de que agarró el cabello de Steiner para golpear su cabeza contra el piso, le abrió la piel y empezó a derramar sangre, dejándolo inconsciente.

-Zwei minuten (dos minutos) –dijo una voz femenina mecánica por el megáfono.

En la armería se realizaba una batalla campal, los americanos e ingleses se habían atrincherado para abastecer a los musulmanes y australianos que asaltaban el hangar. Muchas naves explotaron, incluyendo las terrícolas. El Mayor McDonagh perdió un brazo durante una de las explosiones y se refugió a retaguardia, para dirigir la operación. En la sala de control no se podía mantener una línea sin descuidar los flancos, Mayhew tenía enemigos dondequiera que mirara, pero estaba causando bajas considerables y dañando el equipo de navegación.

Con la daga en la mano, Fred se arrojó al cuello de Steiner, quien apenas pudo atravesar su mano para impedir su muerte, la navaja había penetrado la débil mano y avanzaba débilmente hacia el cuello. Friedrich sacó la daga de la mano y se dispuso clavarla en la yugular.

-Adelande, terrícola, mátame. Después de todo, somos los últimos de la especie. Después de saber que somos iguales por nuestro origen, ¿qué sentido tiene enfrentarnos a muerte?

-Te tengo noticias. Después del fin del universo también  estarás muerto, ¿de qué te sirve seguir viviendo. Además, dicen que si sueñas que te matan es de buena suerte.

Acto seguido, Fred clavó el cuchillo en la garganta y lo giró; un chorro de sangre le empapó la cara y la camisa. El asistente de Steiner salió corriendo espantado, desde el árbol se proyectó una luz blanca sobre el muchacho y lo desintegró, se asomó el hombrecillo.

-Ein minute (un minuto) –la nave temblaba y los disparos y explosiones hacían eco por doquier.

-Esto que hace usted es un insulto. Es deshonroso para nosotros y debería ser humillante para usted.

-El unvierso es enorme. ¿Por qué no reorganizas otra parte del universo?

-Porque ustedes en algún momento lo explorarán y querrán apropiárselo. Justo como hicieron los antepasados de mi tripulación. Ustedes son insignificantes, no deberían atreverse a salir si no comprenden la magnitud del lienzo de mi padre, se suponía que nos sirvieran.

-No somos tontos. El hombre está condenado a ser libre porque, una vez lanzado al mundo, él es responsable de todo lo que hace.

-Estúpido humano.

-…drei, zwei, eins… (tres, dos uno…)

El hombrecillo presionó un botón rojo robre una tableta que tenía en la mano. El tiempo se congeló, todo en el universo era inmóvil. Cada partícula suspendida en el espacio fue arrastrada hacia la Gross Nachtsonne. Cada milímetro que el universo retrocedía hacia el epicentro del Big Bang el espacio dejaba de existir y se convertía sólo en una impresión negra, en el no espacio, aquel que sólo existe en la imaginación.

Lo que alguna vez tardó millones de millones de años en formarse se redujo al tamaño de la partícula más pequeña para luego desvanecerse en un instante.



EPÍLOGO 

La existencia del hombre nunca dejó de tener sentido, los humanos lucharon por vengar lo que perdieron en el derroche y defender lo que les quedaba, ellos mismos, lo más valioso, la vida misma; sin embargo el espacio y el tiempo sólo existían en la esfera que adoraba el hombrecillo. No quedaba quién para medirlos.

Dentro despertaba quien había inventado una gran pesadilla. Todo había sido producto de la imaginación de un ser de luz, un mal sueño, una broma pesada. Cada ser que vivió, cada mundo que existió, nunca fue real. Todo fue invención intangible de un ser que muchos adoran y creen conocer, pero no les consta su existencia, no hay evidencia. El nacimiento y la extinción del universo nunca fueron reales y todas las cuestiones lógicas son, como en cualquier sueño, suponer que hay orden donde no lo hay.

Despertaba el ser de luz con un fuerte dolor de cabeza, acababa de tener una gran pesadilla.

-No quiero volver a saber de niños mágicos ni seres imaginarios. Pero eso del fuego fue una gran idea. ¿Cómo enciendo un poco?

lunes, 8 de agosto de 2011

Un pueblito con crepúsculos arrebolados



Por Toño Alonso.







Ah, Tangamandapio. Mi pueblo natal. Un pequeño pueblito con crepúsculos arrebolados…

Un pueblito que se extiende sobre la pendiente de una colina, rodeado de verdes bosques y abrazado por las nubes y su fresca brisa. Con sus empedradas calles, adornadas con el estilo puramente colonial y bañadas con el aroma a café recién tostado.

Tangamandapio. Donde todos se conocen y viven para el colectivo, donde nada se envidia y todo se comparte. A toda hora hay paz y el sereno  se anuncia puntual para que todos duerman tranquilos. Donde la ordeña y el arado inician con el canto del gallo, seguido de una orquesta de vacas, pollitos y perros pastores. El grano llega a tiempo al nixtamal para hacer las tortillas de mano para las enchiladas del mediodía, cuando los trabajadores llegan del campo. Donde por las tardes los niños juegan tranquilos en las calles sin temores, observados por los abuelos que juegan dominó y baraja bajo el umbral del porche, acompañados de un buen café con leche fresca, leche del día, pasterizada. 

Un pueblito donde los visitantes son bienvenidos a comer en todas las casas y donde los transeúntes encuentran cobijo en el albergue de la iglesia, asistidos por las señoras del lugar. Donde la plaza luce sus colores en días de fiesta y brilla vanidosa de noche, iluminada por sus cohetes y fuegos artificiales; se pueden saborear los dulces de leche, las cocadas, los panes rellenos de manjar, el algodón de azúcar, los dulces de higo, el licor de nanche, los tlacoyos, agua de horchata, de limón y de Jamaica. Las personas mayores bailan sin pena al ritmo de la danzonera, en medio del barullo y el gentío, abriéndose un espacio en la plaza para disfrutar de la fresca y festejada noche; los niños los imitan y toma más sentido la fiesta del pueblo.

Ah, tangamandapio, con sus escuelitas. Costó trabajo conseguirlas, pero se puede estudiar la primaria y la secundaria, suficientes para las necesidades del pueblo. Los maestros son gente de aquí, que tuvo la oportunidad de hacer otros estudios y que ahora retribuye sus sentimientos hacia su gente, enseñando y aportando. Cuando hace calor, dos pequeñas palapas con bancas de madera en la punta de la colina se llenan de niños y niñas, ávidos por aprender, cargando sus cuadernos y sus lápices, levantando la mano para participar y pintando garabatos en la pizarra para comprender.

Un pueblito donde todo oficio es muy apreciado, desde el abarrotero hasta el boticario y desde el cartero hasta el médico; casi todos se conocen  por sus nombres, “buenos días Don Teodoro, buenas Tío Joel, hasta luego Teresita…”. A las personas mayores se les dice tío o tía, siempre es así en pueblitos como éste; con ese parentesco simulado se olvida uno de esas cabelleras canas y plateadas, del halo gris de sus ojos y los marcados relieves sobre su piel.

Un día llegó a Tangamandapio el presidente municipal. Dijo que instalaría agua potable y todos lo festejamos; beneficio grande. Enormes camiones amarillos entraron a nuestro pueblito en la colina, con un rugido que hasta al granjero más remoto arrebató la concentración en su oficio; para poder estudiar los maestros y los niños se fueron a las palapas; por varios días perforaron las calles, se fueron y así las dejaron hasta la temporada de lluvias. Por los canales de Tangamandapio escurría lodo. No terminaron la obra porque no había dinero y ahora por el mal clima.

Pasó. Instalaron la tubería y una bomba vieja para llenar un aljibe que construyeron al lado de las palapas, por suerte los niños estaban de vuelta en sus aulas. No tuvimos agua por días, no permitían operar la maquinaria hasta que no viniera el presidente a inaugurarla y, cuando lo hizo, anunció que pavimentaría las calles. ¡El ruido de esas bombas, arriba y abajo, es cosa atroz!

Unos meses después, con las bellas avenidas empedradas apenas recuperándose volvieron a venir las bestias amarillas, ahora con unos camiones grises, unas pipas y camiones cargados con piedras. Se instalaron en la base de nuestra calmada colina en un buen pedazo del terreno que acababa de arar don Leoncio, y sin avisarle, pero ya nada se pudo hacer después; el pretexto fue que era para “un beneficio mayor”. Un vehículo con una enorme pala al frente levantó nuestras calles empedradas y una muy densa cortina de polvo. Por varios días todas las casas permanecieron cerradas y las vivas calles  lucían desoladas. Cuesta abajo se veía una pequeña fumarola, todos creímos que estaban preparándose un caldo, pues cerca hay un arroyito donde se dan la mojarra y el camarón; resulta que no, estaban calentando un material llamado “chapopote”; cada teja de cada casa estaba cubierta de tizne y polvo, quien saliera a la calle tenía que hacerlo con anteojos y un pañuelo para cubrirse la nariz y la boca, según nos recomendó el médico del pueblo en la asamblea.

Y Aureliano, el agente municipal, nunca abrió la boca. Si alguien llamaba al presidente municipal éramos Iginio, Silverio, la maestra Teodora y yo, los únicos que saben las necesidades concretas de Tangamandapio. “Mañana mismo les pavimentan sus calles y aquí no pasó nada”, dijo; y así pasó, pero no al día siguiente, sino como al mes. Mientras echaban ese chapopote era un calor digno del mismo infierno; hasta los obreros parecían demonios con pieles humanas, tiznados, cuyo castigo eterno era aplanar esa plasta –y vaya que lo hacían con maestría-.

Algunos de los vecinos que podían, se compraron unas camionetitas, muy bonitas; algunas no eran del año pero sí de modelo reciente. Doña Cándida siempre había querido tener un coche, ella se compró un vochito del año, aunque usando todos sus ahorros y, para fatal error de ella, ni sabe manejar ni tiene familiares que manejan, hasta la fecha. La ruletera –una camioneta destartalada, propiedad de doña Rosa- los llevó al pueblo más cercano, hasta donde podían llegar los agentes vendedores para entregar los vehículos nuevos; al regresar al pueblo se encontraron con las calles bloqueadas con rocas enormes, que porque nadie podía usarlas hasta que llegara el presidente municipal a inaugurar. Todos hicieron muinas y corajes, doña Cándida casi se muere porque le subió el azúcar, terminó en la clínica y con un suero intravenoso. Pasó.

De pura suerte ya teníamos la instalación eléctrica desde que puedo recordar, sino viviríamos otra desventura.

Llegó la temporada de elecciones para presidente municipal y los candidatos eran el maestro Ambrosio y Serapio Rea, primo del presidente que sale. Durante semanas, quizás meses, pasaron varias camionetas de perifoneo anunciando a Serapio. Ambrosio pasó de casa en casa por el pequeño municipio visitando a la gente. Aunque Serapio tenía fotos por doquier, nadie sabía de él ni de su proyecto, nada. En varios pueblitos la votación por Ambrosio era segura, pero las orejas de los Rea se enteraban de todo. Y no nos extrañó el resultado del acta, mucha gente dizque de rancherías cercanas fue a votar, personas casi nunca –o nunca- antes vistas. Nos reunimos en casa de doña Cándida a platicar y, aunque salió el peine, ya nada pudimos hacer, la decisión estaba tomada y nadie tiene el poder de cambiarla, “Serapio será presidente y dejaremos que la riegue”, bien entonces. De pura muina nos acabamos una caja llena de botellas de coñac, aunque al final los más desahogadosfueron Aureliano y doña Cándida.  

Ah, Tangamandapio. ¿Qué hacer ahora?

Un día, llegaron a la botica del doctor Rocha un par de personas mal encaradas, de facciones toscas y escondiendo algo bajo el brazo. Interrumpieron una venta de medicamento que estaba haciendo por una tos tremenda que pesqué, me empujaron y le gritaron a Rocha que “si no paga una cuota ya no podía abrir la botica”. Él les contestó que pagaba las cuotas a Hacienda a través del contador, y les mostró sus aranceles para corproborar que iba al corriente; aquellos se los tiraron y le gritaron más enérgicamente que no se hiciera tonto. Me puse nervioso, ambos sudábamos frío y temblábamos; intenté salir pero el más pequeño me jaló del brazo, luego cerró las puertas. Empuñaron dos pistolas nuevas, aunque sucias y mal cuidadas, para enfatizar lo que decían. Rocha sacó de un cajón bajo el mostrador los pocos billetes y monedas que tenía a disposición, por la tembladera se le cayeron algunos al piso, en medio de gritos los levantó y los malencarados se fueron.

-¿Qué fue todo esto, Rocha? –le pregunté, a lo que sólo me prespondió en negativa girando la cabeza y rompiendo en llanto, por nervios, por miedo, por impotencia.

Es la segunda vez que pasa en Tangamandapio; la primera no la creí. La tercera vez no fue así, sino que se llevaron a doña Cándida; aunque para recuperarla sus familiares entregaron el vochito, que representaba los ahorros de la familia, nadie la volvió a ver.

No esperé a la cuarta. Dejé casi todas mis cosas, excepto mis papeles y me vine a la capital, a trabajar de lo que sé hacer, el oficio de cartero. Porque siempre hay personas con esperanza, que esperan algo de alguien, una carta de amor, una carta que les hagan saber que el otro está bien, que les cuenten la historia de su vida.

Y ésta, Chavito, la que tengo en éste sobre, es la historia de mi Tangamandapio. Mi pueblo natal. Un pequeño pueblito con crepúsculos arrebolados…