viernes, 17 de junio de 2011

Año Cero 5.1


"Muy, muy entretenido. Es bonito ver a la ciencia ficción no tomarse tan en serio."
-Rodrígo Schwartz León.





Por Toño Alonso.






El planeta sede del proyecto Terra había dado ya unas veinte vueltas al Sol desde aquél día en que Denis sembró la semilla. Los lizardos difícilmente envejecían; su fría sangre y las lentas palpitaciones de sus corazones hacían de ellos entes muy longevos.

Más de noventa especímenes deambulaban libres por el domo, sin rumbo, sin qué hacer, sin ropa; expuestos ante el impredecible clima y las dificultades del terreno, como tener que atravesar ríos, escalar montañas, saltar rocas, trepar árboles, rodear precipicios; así como tener que buscar su propia comida.

Los elementos del destacamento lizardo en el domo ayudaron a distribuir a los monos en puntos específicos; asimismo, Denis y Daniel habían logrado reproducir la extraña planta, aún ignorando para qué servía, esperaban que sus creaciones sirvieran de experimento para ello. Era una planta capaz de sobrevivir a cualquier clima, pero crecía más esplendorosa en regiones cálidas, donde su fruto era rojo, en otros lados amarillo o verde, de consistencia dura y fibrosa. Los científicos nunca se atrevieron a probarlo, se limitaron a debatir sobre por qué variaba el color de la piel y no el color de la carnosidad del fruto, siempre amarillo.

Hilfiger sabía de la semilla desde que Orlov la entregó al laboratorio, se le notificó en un informe que detallaba estrictas órdenes de cuidar las plantas y frutos resultantes, principalmente.

Dragovich Orlov, a todos siempre pareció un personaje siniestro, hasta para sus hombres de confianza, Marcus Braun en la estación lunar y Sergei Hilfiger en el domo. Orlov siempre usa un guante negro en su mano izquierda, para esconder la horrible cicatriz que cubre su brazo completo, ocasionada por un interrogatorio durante la guerra del Nacht Sonne. El otro detalle era una cicatriz que atravesaba su cara, desde la frente hasta el mentón, pasando por su ojo izquierdo; el ojo aún lo tiene, pero ya no es útil para ver; esa herida se la ocasionó afeitándose con los ojos vendados, por una apuesta que, en medio de un río de sangre, ganó. Por último, una gabardina que usaba a manera de capa, tan larga que llega debajo de las rodillas, siempre la usaba, era negra y estaba hecha con la piel de un grupo de anarquistas que él mismo eliminó antes de que destruyeran la sede del Ministerio. Todo eso le había ocurrido la misma semana.

Hilfiger, masoquista, tiene un retrato de Orlov detrás de su escritorio en la comandancia del domo. Llevaba ya veinte años no haciendo más que dar órdenes y preguntar cómo iban las cosas; en todo ese tiempo nunca salió al jardín ni viajó a la estación lunar; de entre todos los que participan del Proyecto Terra, es el elemento que menos ha cambiado con el tiempo, excepto por unas escamas que se volvieron babosas debajo de sus párpados, haciéndole lucir como alguien muy agotado, cuando se supone que no lo es. Durante veinte años redactó informes para entregarle a Orlov durante su minuciosa y puntual inspección semanal.

La guerra del Nacht Sonne ocurrió durante esos veinte años; el Ministerio había comisionado a Orlov para pactar una tregua, pero fue tomado prisionero, junto con toda su flota.

La flota lizarda constaba de unos trescientos cruceros de batalla, la nave insignia fue la encargada de gasear Saturno durante la guerra anterior, es tan grande que, cuando recogió a Orlov en el domo no pudo entrar al planeta. Los enemigos eran los antiguos habitantes de Andrómeda, con cuyos ancestros Crocman y Devlin experimentaban en el domo. A ellos podría describírseles como seres bellísimos, obviamente evolucionados y de gran intelecto, bien armados pero generalmente pacíficos; cual más de ellos alto, blanco, rubio y con ojos de color.

El comodoro Adonis Neumann dirigía la flota desde la nave insignia andromediana, una esfera de hierro gigante, cuyo tamaño excedía un centenar de veces a la nave insignia contraria. Una de las principales defensas de la nave era cubrirse con un escudo de fuego, bajo el cual podía esconderse durante semanas, confundiénse con un sol ante ojos ajenos.

Así, los lizardos la creían un astro. La corona de fuego abrazó una a una a las naves de la flota haciéndolas explotar. La nave de Orlov y una escolta con un paupérrimo número de naves caza quedaron impunes; dispararon sin piedad ni objetivo claro, agotando su munición tontamente. La coraza de fuego desembarneció hasta dejar ver la brillante nave. Los disparos rebotaron y los misiles explotaban muchísimo antes de hacer contacto; antes de que cesaran el fuego, la esfera -humeante aún- brilló hasta cegar a la tripulación; una fuerte sacudida posterior paralizó los sistemas de navegación y defensa. Para cuando pudieron ver algo, ya los atraía la llamada “estrella de muerte”, ganadora de innumerables batallas épicas en nombre del Ministerio.

Se prepararon todos para descender en cuanto el campo tractor los dejara en el hangar, una tripulación de casi cien mil lizardos contra la población de un planeta artificial.

Marcus Braun era el comodoro de la nave insignia e iba como el segundo de cartera de Orlov. Tocaron suelo, se dieron cuenta por una brusca sacudida. Fuera ya los esperaba lo que de lejos parecía una mancha blanca, debido a los uniformes, todos armados hasta con cañones antiaéreos. Las tropas de Orlov descendieron en orden y se formaron frente a la nave, portaban sus armas descargadas, de no hacerlo así se habrían prestado a la muerte fácilmente.    

-Drágovich Orlov –dijo una voz suave y siniestra a través de un megáfono-.
-Y mi segundo, Marcus Braun –agregó el diligente lizardo, mirando hacia arriba mientras buscaba una oficina de comando del hangar-. Veníamos a pactar una tregua, pero...
-Creo que ya no será necesario, comandante   -interrumpió en seguida la voz-.

Una plataforma transparente y delgada se elevó sobre los andromedianos para acercarse a la comitiva del Ministerio. Una figura erguida, de unos tres metros, con el cabello lacio y largo hasta media espalda, ojos grises y brillantes, redondos como un par de monedas, tez blanca con una sonrisa triunfal; tenía las manos cruzadas por detrás de la espalda y portaba guantes negros; portaba un uniforme blanco de saco y pantalón, una línea roja atravesaba el pantalón por cada costado y otra atravesaba el saco por la solapa derecha, del lado izquierdo llevaba una placa de condecoraciones y la Cruz Imperial alrededor del cuello.

Cuando la plataforma tocó el suelo, a escasos cuatro metros de Orlov, la actitud del blanco denotaba desprecio, pero se confundía con indiferencia, aunque los de su raza no eran famosos por ser muy expresivos.

-Con que la Cruz Imperial, ¿eh? Hacía mucho que no la veía –murmusó el comandante lizardo.
-Desde que nos unimos al Ministerio que no se otorgaba esta condecoración. Pero, ahora que ustedes nos han desechado, nos hemos integrado en un imperio otra vez. Aun que uno pequeño, por obra y gracia suya, Dragóvich.
-Y, ¿por qué te dieron esa medalla, Adonis; por matar inocentes confederados?
-Por valor.

Un silencio se produjo en el enorme hangar. Entre ambos bandos, ni siquiera parpadearon. Marcus miraba a todos lados, como buscando detalles; Adonis lo miraba de reojo. Notó que era muy joven para ser comodoro, pero lo dejó pasar; algo que no ignoró fue que no tiene la mitad del brazo izquierdo, por lo que la manga de su uniforme la llevaba fajada en el pantalón.

-Orlov y el lacayo serán interrogados. Vigilen a los demás –gritó el jefe de los rubios; se les acercó un poco, no les llegaba ni al hombro-. No te ves tan valiente ahora.

La sede del interrogatorio era la sala de información, un recinto cilíndrico y enorme muy bien iluminado, parecía un coliseo por las gradas de alrededor, pero el único público eran una docena de guardias, el comodoro andromediano y los interrogados.

Un rayo de luz se disparó y ató a Marcus y Orlov de manos, cintura, piernas y cuello, los mantuvo suspendidos en el aire. El jefe de los guardias ordenó que probaran los instrumentos, para lo que dieron una descarga eléctrica a los presos. Un grito, rugido tremendo se escuchó en el coliseo, pero fuera de sus muros nadie se daba por enterado.

-Los instrumentos son ciento por ciento operacionales, señor –apuntó el operador a su jefe, quien reportó a Adonis que podían empezar.

jueves, 16 de junio de 2011

Año Cero 4

"Toñofilia, nueva pandemia de la humanidad, está en las Escrituras. Año Cero representa la incursión de Toño Alonso en la ciencia ficción no ausente de humor en los diálogos. Año Cero es una historia amena, contada con toda la pericia del género, que promete, conforme avanzan las entregas, un desarrollo cada vez más interesante. No sé a dónde vaya la historia, pero espero que el autor lo sepa... espero que lo sepa..." -Carlos Villarreal.



En la comodidad de su despacho, fumando su pipa y recostado en su sofá, acomodado frente a la ventana que da hacia el domo, Crocman despejaba su cabeza, ordenaba sus ideas y se planteaba todas las posibilidades con el Sujeto Cuatro. Era muy pequeño, aparentemente muy joven; los demás especímenes tenían más pelo y se veían más maltratados. En realidad, el Sujeto Cuatro prometía un experimento más próspero. 

Las preocupaciones del profesor iban más allá; no había seguido al pie de la letra el Proyecto Terra, pues iba en contra de su moral. “¿Se habrá dado cuenta el Ministerio?”, pensó. “No, no creo. Nadie ha entrado al planeta más que ese policía sadomasoquista de Orlov. Y nadie se ha acercado a éste planeta desde hace cinco años locales, cuando Daniel llegó; aun así, fue un viaje de ida y vuelta, sólo él y el piloto”. Sacudió su pipa en el cenicero para apagarla y sonrió.

-De ninguna manera –dijo-.

Se dirigió hacia la ventana para sentir la brisa. El panorama constaba de una nevada serranía, un lago enorme debajo de ella a su vez rodeado de un espeso bosque. El cielo se apreciaba azul a causa del grosor del cristal de la cúpula.

-Bertie, quisiera escuchar las aves del planeta Osiris. Enciende el micrófono, por favor.
-Sí, profesor.

En un segundo, el gran despacho era auditorio de un concierto en que participaban cientos de aves de distintos tipos. Trinando y silbando. Denis cerró sus ojos para imaginarse debajo del roble junto al riachuelo, al que siempre va cuando necesita relajarse. Igualmente, se quedó dormido recargado en la ventana.

En su sueño, estaba él tendido debajo del roble, durmiendo. Pronto, una brisa caliente le obligó a despertar, era insoportable y le hacía sudar. Las montañas y el bosque alrededor ardían en llamas; las aves y otros animales emitían sonidos aterradores al escapar del incendio. En un segundo, el riachuelo se secó y la vegetación murió antes de ceder al fuego. Crocman se vio rápidamente rodeado por las llamas. Una risa escalofriante. Hacia las montañas, detrás, se apreciaba una silueta que levantaba sus brazos en señal de triunfo. Silencio absoluto. La tierra se abre y se traga todo dentro del domo; luego, una explosión originada en lo que solía ser un oasis destruye la mitad del planeta.

Había dormido por horas. Crocman despertó aterrado y cayó al suelo. Sudaba frío y temblaba. Vio cómo sus manos se sacudían violentamente en consecuencia de su impactante sueño. Se arrastró hasta su sofá. Respiró profundo y reunió fuerzas para levantarse. Se sirvió coñac en un vaso para tragarlo de un sorbo. Carraspeó. Su rostro pronto se bañó en lágrimas.

-¡De ninguna manera! –gritó.

Bertie registró que el ritmo cardíaco del profesor se había acelerado. A través de su despachador envió un calmante y un vaso con agua.

-¿Está todo en orden, profesor?
-Sí, Bertie –dijo con la voz temblorosa-. Todo en orden. Por favor, avísale a Daniel que no podré ir al laboratorio hoy. Necesito concentrarme en otra cosa por el momento.
-Sí, profesor Crocman.

Crocman encendió su computador para investigar todo sobre la semilla de Orlov. Tecleó “Sukmeov”. El monitor mostró una pantalla roja y un cintillo en medio con letras grandes y amarillas que decía “Restringido. Requiere autorización de nivel 1”. Pronto pensó que Orlov debió haber bloqueado ese contenido; aun así, de haberlo pedido al Ministerio, Orlov algo habría inventado para evitar que conociera esa información. Miró la semilla con disgusto, la había puesto junto al teclado. “¿Qué rayos eres?”, pensó.

-¿Bertie?
-¿Sí, profesor?
-Iré al laboratorio. Que nadie entre. Ni siquiera Daniel.
-De acuerdo, profesor. Daniel se encuentra durmiendo.

A la mitad de la noche, irrumpió en su propio laboratorio, evitando hacer ruido para no despertar a seguridad. Se encerró. Llevaba en su mano el frasco con la semilla que Orlov le había dado la tarde anterior. Al hacer el análisis químico, ninguna sustancia era conocida, ni los compuestos ni la forma de las células.  Un escalofrío recorrió la espalda de Denis. “Emocionante y aterrador”, pensó en voz alta.

-¿Registraste toda la información, Bertie?
-Sí, profesor.
-Almacénala, más adelante sabremos qué es. Necesitamos más monos para averiguarlo. Pero no el Sujeto Cuatro, tengo otros planes para él. No tengo opción, debo cultivar esta semilla si quiero saber qué es y si quiero seguir con vida.

Dejó todo en orden antes de salir del laboratorio, para no levantar sospechas. En medio de la oscuridad, bajó al jardín para sembrar la semilla. Había mucha niebla, a través de ella se veían los rayos de luz de la luna. La sombra de Crocman se proyectó sobre una roca; era él aún con su bata, sosteniendo una pala con ambas manos. Se dirigió hacia la cima de una colina, un lugar despejado rodeado apenas de unas plantas pequeñas; la luna le seguía horizontalmente, de lejos sólo se veía la silueta de quien vagaba sospechosamente sólo para sembrar algo. Empezó a llover, unos rayos iluminaron el domo.

-Al fin llegué –al decir esto, el ahogado sonido de un trueno hizo temblar la tierra.

Comenzó a cavar un hoyo, sacó algunas rocas que se encontró y, en el fondo, puso la semilla, con miedo. Otro trueno. Comenzó a tapar el hoyo, un rayo iluminó su rostro; reía con ironía, pues cualquier cosa podría pasar a partir de ese momento. Al terminar, clavó la pala en la tierra y se tiró al suelo, rendido. Otro trueno.

-Ahora sí, que ocurra lo que deba ocurrir. ¡Estúpida semilla!

La lluvia empeoró y Denis se levantó para correr hacia la plataforma. Nada se veía a causa de la niebla debajo de la colina y los rayos sólo servían para cegarlo. Tropezándose y pasando por entre los matorrales, se dirigió a un pequeño hueco en la base de una colina cercana. Se refugió ahí hasta que la tormenta se hubo calmado un poco. Un rayo iluminó el lugar. Crocman vestía una bata desgarrada, estaba todo enlodado. A su lado, alcanzó a vislumbrar un pequeño bulto, acurrucado detrás de una roca. El Sujeto Cuatro estaba dormido. Su creador se le acercó para apreciarlo, le pareció  tierno verlo ahí; en medio de la tempestad algo le alegraba, y era el pensar que podría salvar a los de su especie, para darle compañía a ese crío. Una familia, quizás.

Dejó de llover y Denis subió a la cúpula. Escurría lodo. Rápidamente se aseó y cambió su ropa, limpió sus manchas para que nadie se diera cuenta.

-¿Qué hace, profesor?

Denis gritó del susto y dio la media vuelta de un salto, sosteniendo el palo del trapeador como un arma, apuntándolo hacia quien le hablaba. Al darse cuenta de que era Hilfiger, se relajó y bajó el palo.

-¡Ah! Era usted, capitán; me espantó. He regado algo de café y limpié, no podía dormir.
-Yo tampoco. Estuve caminando por la base para ver si me daba sueño y escuche la plataforma subir.
-Sí. Amm, bajé a sembrar la semilla del comandante Orlov. Subí en cuanto me agarró por sorpresa una lluvia. Vine a tomar algo de café, me resbalé con mi lodo, fui a cambiarme y volví para limpiar.
-Le creo, profesor -Hilfiger le miró con desconfianza-. Que tenga una buena noche, volveré a mi dormitorio.
-Yo haré lo mismo, capitán.

Año Cero 3

Al llegar a la cúpula, Denis comparó el jardín con el pasillo y pensó que podría adornar con algunas plantas como rosas o pequeños ficus. Caminaron hasta el laboratorio sin decir palabra.

-¿Bertie?
-¿Sí, profesor?
-En cuanto se abra la cápsula, inicia la medición de ritmo cardíaco, ondas cerebrales, voz, pupilas y todo lo demás que hemos hecho desde que empezamos a clonar monos.
-Sí, profesor Crocman.
-Gracias, Bertie.

Denis se acercó al control manual de la cápsula y tecleó una contraseña, luego puso su mano sobre una pequeña pantalla que verifica huellas digitales.

-Deséanos suerte, Bertie. Daniel, prepara la cámara de lavado.
Se levantó la compuerta de la cápsula y empezó a escurrir barro. Crocman se acercó, arremangó su bata de laboratorio y metió sus brazos para sacar al sujeto, lo subió a la camilla para desplazarlo a la cámara de lavado.
-Ahora, Daniel. Chorro de agua.

El barro empezó a caerse, poco a poco se veía la piel rosa del sujeto, sus brazos, piernas, su rostro.

-Amm, ¿profesor?
-Sí, Daniel, ya sé.
-¿Por qué se ve distinto a los otros sujetos?
-Creo que exageré un poco con la alteración genética. Espero que al menos haya funcionado la terapia psíquica, podremos hablar con él sin necesidad de enseñarle. Era un fastidio esperar a que los otros sujetos murieran antes de aprender a comunicarse. Además, ellos nos veían como algo extraño y nos temían, antes de la alianza.
-Creo que comprendo. Aunque siempre he sido prejuicioso.
-Bravo, Daniel, tú sí que sabes reconocer tus errores.
-Me siento halagado y ofendido al mismo tiempo, así que gracias y lo odio.
-Muy bien. Llevémoslo al jardín, no tardará en despertar. Si nos ve, puede que muera como el otro, ¿recuerdas?
-¡Sí, claro! Fue divertidísimo verlo morir del susto. Ni siquiera tuve que planear la sorpresa como en el colegio.
-Eso, además de que cada sujeto le cuesta dos millones de créditos al Ministerio. Quisiera ganar eso, y es lo que nos gastamos aquí diariamente.
-Apresurémonos, profesor, que hay sorpresa de escarabajo para la cena.

Cuando dejaron al Sujeto Cuatro en el jardín, sus reflejos empezaron a funcionar. Se apresuraron y, en cuanto la plataforma iba a medio camino de subida, el mono ya estaba técnicamente vivo.

-Sabes, Daniel. Me habría gustado verlo de frente, darle la bienvenida. Siento como si cada uno fuera como mi hijo. La última vez que casi saludo a uno, murió del susto.

Se condujeron al comedor y Bertie les avisó que habían llegado visitas de la estación Lunar. “Orlov; si es así, esto será un fastidio”, pensó en seguida Crocman.

-¿Cree que ya sepan de esto en el Ministerio?
-No, Bertie sólo me obedece a mí. Y lo que hice con el número cuatro sólo nosotros dos lo sabemos. Seguro que es otra cosa.

El capitán de seguridad había bajado del hangar acompañando a Orlov, caminaron hacia el comedor platicando hasta topar con los científicos.

-Así se hará, comandante –dijo el capitán al momento que hizo un saludo militar-.
-Ah, profesor Crocman. Y el joven Daniel Devlin. Díme, Daniel, ¿ha servido tu estancia aquí para tus proyectos en la universidad?
-Muy fructífero, comandante.
-Nos complace escuchar eso, ¿verdad profesor?
-Ciertamente.
-Le he pedido al capitán de seguridad Hilfiger que se mantenga a su completa disposición, profesor. Ya que parece que el proyecto Terra ha entrado en una etapa muy importante.
-Para nada, comandante. Todo sigue tranquilo aquí en el domo, pronto liberaremos otro espécimen para estudiarlo. ¿Nos acompaña a cenar?
-A eso bajé de la estación lunar. No es agradable comer en gravedad cero, sabe.

Crocman tragó saliva. Orlov sabía algo y necesitaba averiguar qué era. Pidió a Hilfiger que fuera a ordenar a la cocina poner otro plato, para el comandante de la estación lunar. Daniel se retiró un momento para guardar su bata. A solas, el tono de Orlov era más serio, y Crocman se dispuso de forma muy cautelosa.

-Profesor, usted ha actuado sigilosamente los últimos meses. Algo oculta o nada ha ocurrido. Aquí siempre ocurre algo, así que me inclino por la primera opción.   
-Y, ¿qué ocultaría yo si siempre ocurren las mismas cosas?
-No lo sé, quizás un descubrimiento, un hallazgo. Un resultado no planeado. Cualquier cosa fuera del programa.

Crocman tomó una bocanada de aire y la exhaló por la nariz. Asintió con la cabeza y miró hacia el piso. Mintió al decir que esperaba que, por su buen comportamiento, el Ministerio financiara los proyectos de Daniel.

-Es un joven muy prometedor, ¿sabe?
-Así es, pero no creo que se trate de eso tanto misterio.
-Lamento decepcionarlo entonces.

Orlov echó sobre Denis una mirada de rechazo y desconfianza. Sugirió ir al comedor para cenar.

-Al Ministerio no le gustan las sorpresas, profesor; así que dígalo ahora antes de que le recorten su presupuesto y le quiten a su becario. Por cierto, ¿qué hay de cenar?
-Creo que es sorpresa de escarabajo. Aunque me habría gustado comer ostiones o huevos de avestruz.
-Le recuerdo profesor que a nadie le gustan las sorpresas. En especial las de escarabajo.

Habiendo rechazado el mal sarcasmo con una mueca, el científico sugirió acercarse al comedor para cenar a disgusto el plato principal. Hilfiger los recibió a la entrada y señaló al comandante su lugar en la mesa. La cocina era atendida por la guarnición lizarda destacamentada en el domo, encargada de la seguridad en el lugar, organizada en turnos para trabajar ordenadamente. Los responsables de la cocina y el comedor vestían ropa de descanso. Una vez sentados los anfitriones, se sirvió la cena en bandejas de plástico; los alimentos estaban clasificados, la guarnición de vegetales era una barra verde, la sopa era una barra naranja y la sorpresa de escarabajo una barra café; parecían pedazos de plastilina.

En la mesa, Crocman estaba en el lugar de la cabecera, a su derecha Denis y a su siniestra Orlov; Hilfiger ocupaba la izquierda de la otra cabecera, a tres lugares del muchacho. Orlov, como huésped de honor, debía ocupar la cabecera vacía, pero sus ansias por fastidiar le motivaron a sentarse tan cerca del profesor como era posible.

Aunque todos la rechazaban, comieron su comida, con asco. Daniel casi vomita y al capitán Hilfiger le lloraban los ojos. Los otros dos tragaron sin saborear para acabar rápido y bajarse la comida con un vaso de agua, evitándose así la pena que vivían aquellos. Orlov eructó, lo disimuló cubriéndose la boca para silenciar el ruido, luego reclamó.

-Y yo que creía que la comida era mejor aquí. Se supone que tienen de todo en éste jardín, debería ser comida natural.
-Y lo es, comandante –señaló al instante el becario-. Sucede que los cocineros sólo saben preparar la comida en pasta; es mucho más rápido que adornar un platillo. La próxima semana cocinaré yo, será como en casa. Grant, cómo extraño mi hogar; la luna Grant –dijo con tono bajo y melancólico-.

Denis sacó su cigarrera de la parte trasera de su pantalón y un encendedor del bolsillo de su camisa. Al momento que encendía un cigarro, sin voltear, retomó su debate.

-Será bienvenido hasta entonces, Orlov.
-Y sólo entonces, ¿verdad? En cuanto averigüe qué pasa aquí, me verán cada vez más seguido. Es más, aprovecharé para llevar a cabo mis propios proyectos. Cómo odio la estación lunar. Puede empezar, profesor, sembrando esto en ese “huerto” suyo.

Sacó algo de su camisa y, de un golpe, lo puso frente al encargado del Domo.

-Quiero que siembre esto junto a sus plantas de tabaco. Vendré cada semana hasta que sea un árbol; no se preocupe, no tardará tanto tiempo en crecer. Es del planeta Sukmeov, y es el único tipo de planta que ahí crece; es imposible respirar ahí, así que usted hará que ésta semilla crezca bajo éstas condiciones. Cuídela, es la única.

Denis no apartó la vista de su encendedor hasta que Orlov soltó el frasco que contenía la semilla y se retiró. Había pasado casi media hora y él era el único en el comedor. Durante ese tiempo, su mirada y sus pensamientos se habían centrado en esa semilla. “Nunca he estado en ese planeta, ¿qué clase de planta es? ¿Por qué es tan importante para ese tipo tan nefasto? ¿Por qué sigo sentado sólo en el comedor?”

Año Cero 2

-No puedo creer que hayas hecho tantas copias con tan poco ADN, Denis. ¿Seguro que no saldrán cada vez más degenerados al usar la sangre de los clones para seguir haciendo monos?
-¿Eres estúpido, Daniel?

Había transcurrido el equivalente a 25 años, de acuerdo con el equivalente temporal del planeta donde se desarrollaba el Proyecto Terra. Varios cientos de copias se hicieron para estudiar la psicología que llevó a los habitantes del planeta azul de Andrómeda a su destrucción. Muchas copias vivieron sólo unos minutos, otras sobrevivieron unos meses o un par de años. Las copias inútiles o muertas fueron inmediatamente incineradas. Crocman contaba con un almacén enorme repleto de muestras de sangre para clonar a cada tipo de mono, como les llama Orlov.

-Tenemos una reserva de sangre casi incuantificable de la que podemos hacer uso. Sólo a nosotros nos interesa que se use o se deseche. A estas alturas, ésta raza ya no es de interés para las autoridades del Ministerio. Por otro lado, estos seres son remotamente parecidos a los monos; sin embargo, he estudiado su anatomía. La antropología forense sugiere que son parientes, incluso son originarios del mismo planeta. Es obvio que éstos son merecedores de un nuevo nombre, como la especie pensante que son. Más adelante se me ocurrirá, o a ti, que eres el lacayo creativo de éste laboratorio. A todo esto, ¿qué tal vas con tus proyectos de la universidad?

Daniel Devlin era un joven originario de la colonia lizarda en la luna Grant, en Andrómeda. Se trata de un chico emprendedor y muy creativo, especializado en antropología terránea, por lo que estaba familiarizado con el trabajo de Crocman. La universidad de Grant le otorgó una beca promovida por el mismo Denis Crocman, quien ya sabía del muchacho.

-Dentro de poco los presentaré. Muchos de mis trabajos son una propuesta de lo que pudieron ser capaces los monos, desde un futuro más próspero y prometedor hasta una destrucción apocalíptica y perjudicial para los confederados en el Ministerio.
-Suena interesante, me gustaría echarle un ojo. Quizás pueda aportar algo.

Denis era el ídolo de Daniel. Al escuchar eso, al joven ayudante le templaron las piernas de la emoción. Aunque al estar colaborando en el laboratorio de Crocman ya nada era extraordinario, su ídolo se convertía en algo común cada día.

-Es una excelente idea.

Al momento se acercó a una pantalla y tecleó una cuenta y contraseña, se abrió una base de datos. Se encendió el proyector holográfico, ocho pequeños puntos distribuidos entre el techo y el piso del laboratorio. Daniel comenzó a explicar lo que se veía en las diapositivas, arquitectura, armas y alineaciones militares, folclor y gastronomía, actividades parlamentarias, batallas, literatura, teatro y música. Denis estaba sorprendido, muchas de esas cosas ni siquiera habían sido inventadas.

-Entonces, ¿dices que es posible una predisposición o configuración de ciertas actitudes?
-Así es, profesor. Es posible que anteriormente alguien haya decidido que ocurriera esto.
-¿Estas consciente de que hablamos de más de cinco mil años de datos inútiles, conocimiento basado en un error?
-Y es posible que vuelva a ocurrir. De alguna manera, es lo mismo que usted estaba experimentando con los lizardos involucionados; no resultó como usted quiso y tuvo que destruirlos.
-Carajo, Daniel –un grito furioso y ensordecedor-. Que yo no lo hice ni fue mi idea. “Reiniciar el experimento” fue interpretado como “esterilizar” por ese inútil comandante Orlov.
-Ya, tranquilo, respire. Cuenta hasta diez. Quisiera conocer a ese inútil del que tanto se queja.

Denis se tranquilizó, respiró profundamente y se incorporó de nuevo a la conversación.

-Lamento haberte gritado, Daniel. Me gustaría saber más sobre esa construcción enorme que mostraste… Esa que dices que podría ser la primera forma de cultura.
-¿Atlántida? Una civilización muy avanzada, cultural y tecnológicamente. Puede que los monos sean tan civilizados como nosotros en su primera etapa.
-Me ha fascinado tu presentación. Yo creo que no necesitas añadirle más, es simplemente perfecta. Vamos afuera por un momento, quiero bajar al jardín a respirar un poco de aire fresco.

Ambos caminaron por el pasillo principal de la cúpula hacia la plataforma elevadora. El laboratorio es el espacio contiguo al despacho de Crocman, ambos en la parte baja de la cúpula. En el nivel de arriba estaban el almacén, la oficina de seguridad y otros servicios como el comedor. En la parte superior se encuentran la armería, las barracas del personal de seguridad, la sala de conferencias y el cubículo de comunicaciones. El último nivel, el superior exterior tiene un pequeño lobby con una puerta que da a un enorme hangar, donde hay varias naves de transporte de personal y algunas de escolta de seguridad; en el hangar está también el cuarto de mecánicos y un acceso directo a las barracas.

En el laboratorio se hacen muchas cosas, análisis forenses, geológicos, botánicos, estudios genéticos, antropológicos. Un lugar enorme. Al fondo había una mesa con una larga fila de probetas encima, en frente varias cápsulas con embriones adultos, listos para estudiarse desde los órganos hasta su psicología. Todas las cápsulas estaban marcadas con una luz roja, excepto una, marcada con verde, que indica que el sujeto próximamente estará listo para ser liberado. Una luz azul indicará entonces que el sujeto debe liberarse, sin embargo ésta operación debe hacerse manualmente.

Un largo beep interrumpió el descanso de los científicos. Estaban recostados bajo un enorme y antiquísimo roble, disfrutando de su fresca sombra en lo alto de una llanura, cerca de un río caudaloso. El sonido del agua los había relajado hasta dormir. Despertaron asustados por el repentino aviso de la computadora que se comunicaba por el proyector de la pulsera del profesor. Se encendió un pequeño foco azul que proyectó una delgada línea que abrió como abanico, se distinguía la cápsula del sujeto marcada con la luz azul. Empezó a hablar una suave y grosa vos computarizada, que hacía pausas como si estuviera articulando cada oración con mucha paciencia.

-Profesor Crocman.
-¿Sí, Bertie?
-El sujeto número cuatro está listo para ser liberado, profesor. ¿Desea que  comunique al Ministerio?
-No, Bertie, gracias. Antes quisiera comprobar que el Sujeto Cuatro tiene mayores expectativas de vida. Yo mismo informaré al comandante Orlov. Muchas gracias, Bertie; en un momento subimos.
-De nada, profesor.

Se cerró el abanico de luz y el proyector se apagó. Con algo de esfuerzo, ambos se levantaron y se esturaron, bostezaron y se dirigieron a la plataforma. De camino arriba, platicaron.

-¿Expectativas de vida, profesor?
-Sí, hice algunas modificaciones con ingeniería genética, creo que esta nueva raza será un poco más resistente al clima del ecosistema del domo.
-Es increíble cómo luego de tener un clima como el del domo llegaron a un clima desértico y sobrevivir en él casi mil años.
-Es por eso, zopenco, que no sobreviven aquí. Se adaptaron por completo al clima caliente; aquí en seguida adquieren enfermedades por el cambio de temperaturas. 

miércoles, 15 de junio de 2011

Año Cero 1

El domo de cristal, en medio de aquel desierto inhóspito, parecía un verdadero oasis. Albergaba dentro un jardín enorme, con una variedad vegetal increíble. Atravesarlo a pié podría tomar días, pero habría valido la pena apreciar el cambiante ecosistema entre un rincón y otro; todos los climas estaban representados: desierto, tundra, selva, trópico, etcétera.

El profesor Crocman estaba ocupado en su despacho, en la cúpula del domo que, vista desde fuera, se apreciaría como una diminuta protuberancia. Tenía frente a sí tres monitores en los que revisaba todos los archivos de su investigación para averiguar por qué había tenido que llevar a cabo el mismo experimento dos veces. El espacioso despacho, iluminado sólo por la enorme ventana que da hacia el domo, estaba en orden; a pesar de los largos días de trabajo y sin sueño, no había rastros de que el profesor Crocman se hubiera relajado sobre su sofá ni de que hubiera fumado su pipa. En verdad se le notaba concentrado, con los ojos inyectados en sangre.

El profesor Daniel Crocman era uno de los científicos más importantes de su época, desde que hizo la bomba de gas que acabó con los saturnianos que habían declarado la guerra a su raza. Individuos muy altos, con garras, pieles duras y rugosas, cráneos grandes y hocicos un poco alargados, sin orejas ni cabello. Solían tener cola, hasta que varias generaciones antes se determinó su inutilidad y se forzaron artificialmente a eliminar su cola de su evolución sucesiva. Seres muy inteligentes, una raza antiquísima de rápida reproducción y crecientes y constantes necesidades. Los lizardos, antes de intentar comprender el universo, eran conocidos como colonizadores y exterminadores.

Tres beep seguidos le hicieron saltar sobre su asiento; al fin se pudo dar un respiro, aunque no en las condiciones adecuadas. Los tres monitores de telecristal interrumpieron la información que analizaba el profesor, en su lugar apareció el Comandante Orlov en teleconferencia.

-Profesor Crocman, ya han pasado varios días desde el inicio de su reclusión. ¿Podría ahora hablar con cualquiera que no exista sólo dentro de su cabeza?
-¿Usted acostumbra interrumpir así a la gente, comandante Orlov?

Orlov cambió su actitud seria a una burlesca. Crocman se levantó de su asiento para coger su pipa y darse un merecido respiro.

-Como verá en mi mirada, no he terminado. Tienen que darme tiempo, hay demasiado qué analizar. No puedo dar un diagnóstico así como así sólo para satisfacer a la horda.
-Por favor, sea más respetuoso con el Ministerio. Yo sólo cumplo con lo que me piden que haga. Además, he hecho mucho por usted; mis hombres y yo hemos visto… “cosas”; queremos saber concretamente de qué se trata todo esto.

Crocman recela todo su trabajo, pero bien sabía que es obligatorio reportarse con sus patrocinadores. Con tono de rechazo, invitó a Orlov a una inspección en el domo. 

-Me gusta llamar a este lugar, mi jardín “Oasis”, una forma corta de decir “paraíso”. No sé si ya le comenté ese pequeño gusto mío.
-¡Sí! –exclamó al instante Orlov- Cientos de veces, incluso, cientos de veces antes de que éste domo se construyera. Muchas otras veces en cada reporte oficial, cada discurso; es más, todos los mapas del Ministerio señalan éste lugar como “Oasis”. Creo que me ha quedado muy claro hasta dónde llegan sus gustos, profesor. Sin embargo, viendo el desierto que es el resto del planeta, “paraíso” es un concepto muy apropiado.

Crocman sonrió de felicidad y se irguió en seña de orgullo por esta diminuta hazaña.

-Me alegra que me tomen en cuenta. Por cierto, le ofrezco una disculpa por el desorden de mi despacho –dijo Crocman, con tono sarcástico-, espero que no se sienta incómodo. El tiempo que he dedicado a mi investigación es el tiempo que he descuidado éste lugar.
-A veces no sé si ésta investigación lleva días o años, profesor. Pero ha invertido muchísimo tiempo y recursos en dos experimentos fallidos, éste desorden suyo puede considerarse un mero resumen de la situación. Por otro lado, hay algo que me enfada y a usted podría costarle un ataque cardíaco.

Un breve y profundo silencio invadió el despacho; la pipa de Crocman se había consumido sola desde la llamada por telecristal, su humo levantaba en una delgada cortina pegada al techo. La ventana del domo estaba media cerrada, por lo que la charla se desarrollaba a media luz, apoyada sólo de una lámpara de escritorio que iluminaba bajo de sí una carpeta membretada con las siglas “P.T.”

-¿Recuerda el planeta azul de Andrómeda? Aquél con el que habíamos celebrado una alianza antes de que se iniciara su primer experimento. En un intento de conquistarse los unos a los otros, esos estúpidos monos se autodestruyeron. Y a su planeta con ellos. No tuvimos tiempo de quitarles su agua. De alguna manera, sabíamos que esto iba a pasar de nuevo y no pudimos evitarlo. En esta ocasión, el Ministerio quiere que usted investigue por qué esa raza se ha salido de nuestro control; incluso es necia y parece empeorar cada vez que nos le acercamos. Su trabajo será el mismo que con nuestros antecesores involucionados, salvo que en ésta ocasión usted deberá clonarlos en su etapa evolutiva más actual.
-Orlov. Por favor dime que esta vez no los aniquilarás como a los tipo Dinardos las dos veces anteriores. Esta raza tiene más posibilidades.
-Que los destruyamos o no, eso depende de su buen trabajo, profesor. 

Crocman se levantó de su asiento para abrir la ventana y permitir que entre aire fresco. Apoyado sobre el marco de la ventana y viendo hacia fuera, se quedó pensativo.

-Debes asegurarme que me darás autoridad sobre los cuerpos de seguridad en Edén. No quiero si quiera considerar el uso de la fuerza para controlar a los monos.
-No sé qué es lo que piensa, profesor, pero de todos modos dejo en su escritorio todo lo concerniente al Proyecto Terra.
-Muchas gracias, comandante. Puede decirle al Ministerio que el trabajo se hará de acuerdo con los estándares del Proyecto Googol.