miércoles, 5 de septiembre de 2012

Oh, negra tristeza!



Fúnebre y pesado velo, ¿quién te echó sobre mí? ¿Por qué os elevasteis lentos y pavorosos sobre mi alma, pensamientos de muerte, como vapores que suben en la superficie de un lago caldeado? Y vosotras, horas de la noche, ¿qué agravio recibisteis de mí para que me martirizarais una tras otra, implacables, pinchándome el cerebro con vuestro compás de agudos minutos? Y tú, sueño, ¿por qué me mirabas con dorados ojos de búho haciendo cosquillas en los míos, y sin querer apagar con tu bendito soplo la antorcha que ardía en mi mente? Pero a nadie debo increpar como a vosotros, argumentos tenues de un raciocinio quisquilloso y sofístico…

Tú, imaginación, fuiste la causa de mis tormentos en aquella noche aciaga. Tú, haciendo pajaritas con una idea y enredando toda la noche, tú, la mal criada, la mimosa, la intrusa, fuiste quien recalentó mi cerebro, quien puso mis nervios como las cuerdas del arpa que oí tocar en la velada. Y cuando yo creía tenerte sujeta para siempre, cortaste el grillete, y juntándote con el recelo, con el amor propio, otros pillos como tú, me manteasteis sin compasión, me lanzasteis al aire.

Así amaneció mi triste espíritu rendido, contuso, ofreciendo todo lo que en él pudiera valer algo por un poco de sueño…


-El amigo Manso. Benito Pérez Galdós.

viernes, 24 de agosto de 2012

El Rincón sin ocio: El almacén del infierno.


Por Antonio Alonso.
(Para propósitos del autor, en los ejemplos se harán generalizaciones).


           Como toda fobia, ir de compras es para  la mayoría de los hombres lo que una partida de videojuegos lo es para la mayoría de las mujeres. Sobre todo si se trata de comprar ropa. ¿Cómo lo ven ellas? Entran a las tiendas y almacenes llenos de gran variedad de prendas donde ellas son libres de elegir la que mejor se acomode a su personalidad, físico y livinidad. Si una les gusta, antes de entrar al probador llevan más de cinco opciones  de cambio; alguna puede no gustarles por algún detalle mínimo, el color, un moño, por ejemplo. En ese caso, la solución más práctica para ellas es cambiar de tienda, donde la historia se repite. Algunos establecimientos han reconocido que para los varones no es de mucho agrado acompañar a la pareja en busca de ropa, así que en ciertas áreas establecieron sofás o áreas lounge donde ofrecen bebidas y botanas.

Una solución.   
           En 1920, en los Estados Unidos, apareció el primer sistema de venta por catálogo, un sistema revolucionario en ese entonces, impulsado por mayoristas, que incluye –como ahora- fotos ilustrativas del producto a vender, tiene mejor alcance y no es necesario llevar a los clientes potenciales a los puntos de venta. 
           En 2009, según la Federación Mundial de Ventas Directas, América Latina reportó una facturación por 18mil millones de dólares en el sistema de catálogo. A inicios de 2011, un estudio reveló que las ventas por catálogo, también conocidas como “ventas indirectas”, tienen ocupados a 1.9 millones de mexicanos en ésta economía y que en 2010 generó ganancias por mil 945 millones de dólares. El 90% de los vendedores, cuyas edades van de los 18 a los 55 años, son mujeres, quienes se encargan de crear un sistema de mercado basado en la confianza, donde la venta es uno a uno, realizándola el vecino, un amigo o compañero de trabajo.
           La venta mayoritaria se la lleva el mercado de cosméticos por 20,064 millones de pesos –representa un 80% del total, pues su valor agregado es que son productos exclusivos que no se encuentran en cualquier plaza-, seguido de productos nutricionales por 6,771 millones y el segmento de ropa en tercer lugar con ventas por 3,838 millones de pesos.

La anécdota.
Un día, acompañé a una amiga a surtir un pedido de zapatos que vende por catálogo en una de las proveedoras de calzado más reconocidas –dentro del público que compra por catálogo-. A la entrada mostró su membrecía para poder pasar, más adelante sacó una libreta con muchos números y palabras que supongo eran las marcas de zapatos y nombre de los clientes. Llegamos a una galería enorme con montañas de cajas de zapatos, acomodados en columnas identificadas con letras y claves. “Buscaré estos primero”, dijo, avanzó y llegó tan rápido como si hubiera ido al baño de su casa, se paró frente a una sección de la columna y revisó la clave del modelo, luego la talla y así, con veloz precisión, en quince minutos ya estábamos fuera. Esa es eficacia en los negocios.
            . Aún así, las clientas tienden a devolver el pedido porque no les gusta o “les hace ver gordas”.

lunes, 20 de agosto de 2012

El hombre con sombrero de paja


Por Antonio Alonso.
        

Cuestionar la existencia de Dios no es trabajo fácil, pues los creyentes plantean que todo a su alrededor es clara evidencia de la obra de Dios, algunos tienen incluso la habilidad de poner todos los argumentos en su favor y pasan por alto o rechazan la validez de ciertos hechos que van en contra de lo que creen. La evolución encabeza la lista, seguido de los descubrimientos de culturas antiguas adoradoras de otras deidades, a quienes se les llama paganos, y cuyas aportaciones forman parte del conocimiento contemporáneo.


Muchos tenemos la infundada idea de rechazo o temor hacia los Testigos de Jehová que, como los vendedores de puerta en puerta “llevan la palabra de Dios” en unas –a veces interesantes- revistas de publicación periódica. Quienes les escuchan detenidamente se percatarán de que aparentan domitar los temas que tratan. Y cierto día me topé uno cerca de la parada del autobús, intenté evitarlo pero estaba en medio del camino, además de que no podía poner de pretexto la parada, pues el autobús no se avistaba. Empezó su sermón conmigo con auditorio. Cada tres palabras de éste hombre con sombrero de paja y maletín negro, que vestía una bonita camisa roja a cuadros, volteaba a ver hacia donde debería asomarse el autobús que me llevaría a la oficina.


Entonces habló, con aparente dominio del tema, hasta que dijo una frase que me hizo lanzarle una mirada de desprecio, lejos de ofenderme descalificaba sin argumentos una de las bases del conocimiento científico: “nos dicen que evolucionamos del mono, pero la verdad no es cierto”. Lo paré en seco: “oiga, ¡yo creo en la evolución!”. A lo que me respondió con sarcasmo: “sí, pero ¿qué tipo de evolución?”. Llené mis pulmones para responderle, pero llegó mi autobús y tuve que soltar la bocanada de aire para despedirme.


En otra ocasión, en la Macroplaza del Malecón de Veracruz, en un evento de evangelistas, el orador principal aseveró que los mesoamericanos nunca descubrieron cosas tales como la astronomía, porque adoraban dioses falsos, lo que significa que todo su conocimiento es falso. Más adelante incluyó que los movimientos sociales, asociaciones de beneficencia y soluciones diplomáticas jamás arreglarán al mundo, el único capaz –dijo- es Dios. Eran mil contra mí, entonces tragué mis comentarios.


No son los únicos, los cristianos y católicos creen en el creacionismo, que el universo se sostiene por una tortuga gigante, el cielo y el infierno, incluso en imágenes de culto que se aparecen en muros enmohecidos, como vírgenes y cristos. Parece que, para quienes tienen una enraizada necesidad de creer en algo, esto vale la pena, pero no es justo que en el nombre de quien se supone un Dios benévolo y por salvarse del infierno crean lo primero que sus ministros religiosos dicen, y así desaten atrocidades como las guerras, el racismo y hasta descalifiquen el conocimiento científico, que lo único que busca es mejorar nuestras condiciones de vida.


Ya que aparentan saberlo todo, será mejor que se quiten la paja de sus cabezas.