miércoles, 13 de agosto de 2014

Pasos por la humanidad. La promesa de Voyager 1.

Por Antonio Alonso.


Es un error asumir que los conocimientos no pueden ser corregidos por un descubrimiento nuevo, sobre todo si se trata de cosas antiquísimas, por ejemplo las constelaciones. Hace más de dos mil años, los griegos asentaron la existencia de constelaciones estelares representando a dioses y otras entidades mitológicas.

Hoy sabemos que el universo se expande, las estrellas avanzan y se desplazan, por lo que algunas constelaciones de la antigüedad se han deformado y, en el futuro, podrían adquirir otra forma cualquiera, quizás Sagitario se convierta en Radiofaro.

Otro asunto, por cierto cómico, es que a principios del siglo pasado no se sabía por qué no es posible ver a través de la atmósfera de Venus. Al observar una masa de vapores, los astrónomos pensaron que posiblemente una fauna y vegetación primitivas, así como elementos terrestres, exhalaban sus gases a la atmósfera. Concluyeron la existencia de dinosaurios. La ciencia contemporánea nos ha revelado que se trata de una densa capa tóxica de dióxido de azufre.
Y así como se han explorado los planetas cercanos, se explora el entorno galáctico. En el verano de 1977 fueron lanzadas las sondas interestelares Voyager 1 y 2, para enviar fotografías del universo a las bases en la Tierra, que ya nos permiten conocer cuál es nuestra posición en la galaxia y la forma y distribución de los sistemas vecinos.

Ambas sondas llevan consigo un disco de oro, llamado The Sounds of Earth, se trata de un disco gramófono –es decir que tiene la forma de un disco de acetato, pero este es hecho de oro-. Carl Sagan (1934-1996), astrónomo estadounidense y divulgador científico, dijo que "la nave espacial, y el registro, solo serán encontradas si existen otras civilizaciones capaces de viajar en el espacio interestelar. Pero el lanzamiento de esta botella dentro del océano cósmico dice algo muy esperanzador sobre la vida en este planeta".

El disco contiene sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura en la Tierra. Se diseñó con el objetivo de dar a conocer la existencia de vida en la Tierra a alguna posible forma de vida extraterrestre inteligente que lo encontrase, y que además tenga la capacidad de poder leer, entender y descifrar el disco. El contenido de la incluye saludos en 55 idiomas, música y sonidos del mundo, un mapa de nuestro sistema solar, anatomía humana, entre otras cosas.

En 1990, cuando Voyager 1 se encontraba a punto de salir de nuestro sistema solar, a unos 6 mil millones de kilómetros de la Tierra, la sonda tomó una fotografía de nuestro planeta, en la que un error de óptica situó a la Tierra sobre un haz de luz, lo que trajo una compleja reflexión filosófica de Sagan:

Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante. Pero para nosotros es diferente. Considera de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros. Todas las personas que has amado, conocido, de las que alguna vez escuchaste, todos los seres humanos que han existido, han vivido en él. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de ideologías, doctrinas económicas y religiones seguras de sí mismas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada profesor de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie ha vivido ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.


La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina de este píxel sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada importancia, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... Todo eso es desafiado por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.


La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido.

Aunque en los últimos veinte años, se ha descubierto al menos una decena de planetas con las condiciones de albergar vida, nos tomaría varias generaciones llegar a ellos, por lo que sí, la Tierra es donde debemos quedarnos por ahora. Y, mientras tanto, debemos crear una nueva cultura global, generar una visión a futuro como una misma especie, dependiente de los mismos recursos y agobiada por los mismos problemas.

Los recursos que necesitamos comienzan a escasear y son acaparados por los particulares que tienen el mayor poder adquisitivo. Pronto nos quedaremos sin combustibles fósiles, algunos dicen que en cien años. A la fecha, ya necesitamos una cantidad de alimentos equivalente a los producidos por tres planetas para satisfacer las necesidades diarias y la calidad del aire y el agua en muchas regiones es tóxica.

El hombre cree de veras que tiene una posición privilegiada en el universo y que todo está a su disposición, pero hay límites. Dado el caso de poder colonizar un nuevo mundo, ¿qué haremos de él? ¿Será nuestro pacífico y respetado nuevo hogar o también agotaremos sus recursos y acabaremos con la fertilidad de su superficie?

¿Cómo nos vemos, como humanidad, dentro de cincuenta años? ¿Y dentro de cien o doscientos? Oriente medio está en guerra constantemente, China y Japón podrían entrar en conflicto por las turas comerciales del sureste asiático, Corea del Norte tiene suficiente arsenal nuclear en manos de un Nini como para destruir el mundo unas cien veces, los polos se están descongelando y el 40% de la superficie de la Tierra es desértica, lo que hoy afecta a casi dos mil millones de personas.

Eso, estimado lector, le espera a nuestras colonias en el espacio. Podemos tener grandes avances tecnológicos en los últimos sesenta años, pero necesitamos avances de conciencia. Necesitamos aprender a proyectar, colectivamente, lo que queremos ser y hacer no dentro de diez o veinte años, sino dentro de cincuenta, cien o doscientos años. Analizar los recursos que vamos a necesitar, tasas de crecimiento poblacional, distribución espacial y urbanística, rediseños de arquitectura, legislaciones adhoc que permitan el desarrollo cultural e intelectual necesario para mantener unida a la civilización futura.

¿Dónde estaremos, qué haremos? Hoy nadie lo sabe, y nadie más allá de la Estación Espacial Internacional sabe que estamos aquí. A nadie le importan nuestros asuntos más que a nosotros.

Y, si nosotros no nos preocupamos, ¿quién se va a preocupar? Carl Sagan sabía que un análisis así debe hacerse, y era optimista al respecto.

Dentro de un milenio, nuestra época se recordará como el tiempo en que nos alejamos por primera vez de la Tierra y la contemplamos desde más allá del último de los planetas, como un punto azul pálido casi perdido en un inmenso mar de estrellas.