martes, 2 de agosto de 2011

Año Cero 5.3

"No mames... ha de ser como el juego del Fuaaa, nunca tiene final!" -Lizbeth Juliana.



Por Toño Alonso.



Marcus Braun y Drágovich Orlov corrieron hasta la entrada de un ducto de ventilación; la complexión promedio de su raza es muy versátil, incluso para situaciones de combate. Desde ahí, intentaron trasladarse hacia algún hangar de emergencia por dónde escapar. La Nacht Sonne empezaba a girar y los motores no podían detenerla, los efectos de la gravedad cero obligaron a los andromedianos a usar botas especiales para caminar sobre cualquier superficie, sin embargo su desplazamiento se ralentizaba por mucho. La gravedad, por otro lado, beneficiaba a los escapistas, pues podían subir los ductos verticalmente sin tener que trepar o sacar las garras.

-Achtung, achtung…! (Atención, atención…)

Sonó una voz mecánica en el altavoz anunciando el fallo en la gravedad artificial y alertando sobre los prófugos, dando la orden de tirar a matar.

El comodoro andromediano, a pesar de estar consciente como para emitir esa orden, tardó en incorporarse, todo aturdido, mareado, con la mirada temblando y apoyándose de los muros, salió de la sala con pistola en mano preguntando a todo el que veía sobre el paradero de los lizardos. Con gravedad cero es difícil correr, y peor con la nave en movimiento descontrolado, pero el comodoro Neumann se desplazó al puente de mando tan rápido como pudo.
Los escapistas llegaron al límite del sistema de ventilación del nivel donde se encontraban, delante de ellos está una turbina que distribuye el oxígeno a todo el nivel, se trataba de una recámara esférica enorme resguardada por una quintilla de mecánicos, armados- claro-.

-Y ahora, ¿qué, Comandante?
-Tranquilo, muchacho. Podemos hacer dos cosas. Primero, nos separamos y sigilosamente los neutralizamos uno a uno, mientras están distraídos; estaremos a campo abierto, es riesgoso.
-Ah, ¡perfecto! –dijo Marcus, con una mirada de desconfianza. -¿Y la otra manera?
-Mucho más simple. Esperamos a que todos se congreguen en algún rincón y le disparamos a quemarropa. Tendremos tiempo de escondernos, pero habremos llamado a toda la tropa en el área.
-Entonces resulta obvio cuál es la mejor.
-Sí. Adelante.

Se tiraron pecho al piso y se arrastraron hasta el borde del ducto donde estaban. A causa de la gravedad, el movimiento de los guardias de la turbina era más lento, estaban distribuidos en el lugar.

Al ser una recámara esférica, la gravedad les permitió dirigirse a cualquier lado desplazándose trescientos sesenta grados, por lo que el campo a cubrir era mayor y estratégicamente paupérrimo para la idea de Orlov.

Por la derecha de ellos se acercaba uno, venía distraído y silbando. Tropezó con la escalera que comunica ambos polos de la recámara. Los lizardos se hicieron un poco hacia atrás y se aferraron al piso, cubriendo sus cabezas con sus brazos y en espera de lo peor. El blanco, de facciones toscas y el cabello corto al ras del cráneo, con un arma a la derecha y un mazo a la izquierda, pasó de largo, sin lamentarse el golpe.

Justo frente a ellos, ciento ochenta grados hacia el otro extremo de la recámara, uno de los mecánicos había mirado arriba para ver a su camarada que tropezó, pero aún después de que se repusiera seguía viendo. Contemplaba a los lizardos, silencioso, con la mirada perdida y sin aliento, pálido, boquiabierto y rígido, como habiendo visto la cosa más terrible imaginable.

Orlov no se había dado cuenta, seguía aferrado al piso cubriéndose, pero Marcus en seguida se apoyó en su brazo para levantarse; con trabajo lo logró, levantó su arma y disparó una carga justo al frente. El tiro dio en el blanco, en la cara del rubio que los miraba. Al momento del impacto, el sonido fue como el de alguien amasando plastilina; la cabeza se fragmentó en pedazos pequeños, los ojos se abrieron hasta salir y convertirse en lunas orbitantes alrededor del cuerpo, los dientes se convirtieron en proyectiles que salieron disparados en todas direcciones, uno de ellos se le enterró en la tráquea a otro andromediano, matándolo al instante; todo ocurrió en cuestión de tres segundos. Éste último sí alcanzó a gritar. Los tres restantes corrieron a tomar posiciones rodeando la ventana en que se escondían los intrusos.

Orlov se levantó enseguida. Ambos saltaron justo cuando los otros empezaron a disparar. El salto en gravedad cero los impulsó hasta tal altura que pareciera que volaban; en eso dispararon todos, uno de los tiros rasgó la manga vacía del uniforme de Marcus. Drágovich acertó dos tiros en su blanco, uno en el pecho y otro en el corazón; el manco le voló la cabeza a otro.

Restaba el rubio del mazo, era tan alto como Orlov. De un disparo le arrebató el arma a Marcus, destruyéndola. Con un movimiento de manos, su arma, que era una cortadora de plasma –empleada para fragmentar materiales duros-, sacó otros dos cañones.

-Mierda. ¡Salta! –gritó Orlov.

Ambos saltaron en sentidos contrarios mientras que el tosco disparó a su blanco haciendo un hoyo sobre la superficie donde estaban aquellos. Y siguió disparando, para seguir la trayectoria del lizardo aún armado. Orlov respondió el fuego, pero el andromediano usaba su mazo como escudo, aprovechando su descomunal tamaño.

Al cese al fuego, todos saltaron. Orlov y el tosco saltaron hacia el mismo lado y con la misma velocidad en un movimiento perpendicular. Antes que el rubio, el Lizardo disparó sabiendo que aquél se cubriría con el mazo –y así ocurrió-; disparó luego contra la superficie hacia la que se dirigía varias ráfagas para ralentizar su desplazamiento. El rubio tocó suelo y se puso en pié, extendió su brazo junto al mazo para disparar; ésta oportunidad la aprovechó Drágovich para arrebatarle la cortadora de plasma de un tiro, y al hacerlo ésta explotó. El tosco volteó en seguida y lanzó el mazo con una fuerza increíble, pronto alcanzó a Orlov en el aire y lo empujó hasta el otro extremo, presionando su pecho. La lenta velocidad del mazo, sin embargo, permitió al lizardo girar usando el proyectil como punto de apoyo, saltó hacia otro lado; al choque, el mazo casi perfora la esfera.

Antes de que Orlov legara a tocar suelo, el macizo andromediano saltó hacia el lizardo con una velocidad brutal, alcanzándolo. La presa nada pudo hacer; fue sujetado de la cintura con ambos trazos -ambos tan gruesos como el descomunal mazo- y apretado casi al grado de que su cadera tronara; y después tronó.

El manco Marcus Braun se dirigió a una pequeña escotilla, ubicada en la base de la sala esférica, a las antípodas de la gran turbina. Tuvo que abrirse paso entre los cadáveres y restos flotantes de la cuadrilla enemiga, pero llegó sin problema; la escotilla estaba abierta y entró. Ahí había una plataforma de carga que atravesaba la nave de un polo a otro; tenía su sistema bloqueado y no sería cosa fácil intentar descifrarlo rápidamente ante tan frustrante situación y usando sólo un brazo.

El comandante lizardo intentó romperle el cuello a su torturador; pero aún habiéndole roto la nariz y dejándole ensangrentado todo el rostro, aquél no cedía. Orlov le apretó el tórax con las piernas, le sujetó la cabeza con las manos y se hizo hacia atrás para tomar impulso, arrojando su cabeza contra la sien del brutal asesino. Lo neutralizó por un par de minutos. El escamoso cayó al piso, pero se retorció para acomodar su cadera, en medio de un concierto de gritos procedentes de él mismo, sudando de dolor e intentando ayudarse con las manos. Se escuchó –luego de unos larguísimos segundos- el “cranc” que indicaba que la posición de los huesos era la correcta; el dolor cesó rápidamente pero la coordinación se había perdido, sólo podía manejar libremente la mitad superior de su cuerpo.

Un pitido se escuchó y en seguida la voz mecánica del megáfono hizo un anuncio en el idioma de los anfitriones. La gravedad de la Nacht Sonne había sido restablecida. Mientras esas palabras se pronunciaban con pacientes pausas la nave dejó de girar, las gotas de sangre flotantes cayeron al piso formando un charco a unos metros de la escotilla, todos los cuerpos –incluidos los combatientes- rodaron hasta el charco, batiéndose.

Orlov intentó arrastrarse hacia Marcus usando sólo sus brazos. Uno de los cuerpos recobró el movimiento de las manos, poco a poco fue retorciéndose para recuperar su condición luego de un tremendo entumecimiento. Una gran y casi deforme masa de músculos se levantó, teñida de rojo -como si estuvieran a flor de piel-. Las enormes manos se dirigieron a la mandíbula para jalarla y ajustarla. El lizardo que intentaba huir miró aterrado lo que sucedía a sus espaldas, escaso par de metros; aceleró su avance pero no apartaba la vista. Sólo los enormes ojos de aquella bestia que buscaba la revancha brillaban blancos; Orlov, al derredor del andromediano, sólo percibía una silueta de oscuridad, no veía más que los brillantes ojos con sus pupilas negras denotantes de furia en medio de una gran mancha roja.

La bestia se quitó su uniforme manchado, sobre su abdomen apenas teñido de rojo había un control, del que pulsó un par de botones. Las venas del andromediano se hincharon y brillaron verdes, iluminando su camino desde el pecho hasta las extremidades. Al momento, todos sus músculos se contrajeron y se hincharon, aumentando su masa, deformándolo más. Ese crecimiento exponencial llegó a hacer que la piel se rasgara. La criatura resultante era gigantesca.

En la cabina donde se encontraba Marcus Braun se encendió una torreta roja, las puertas de la plataforma se abrieron, dando acceso libre. Afuera en la esfera, además de la torreta, sonó una alarma. Arrancó uno de los motores más grandes jamás construidos, en la cámara hubo un ruido como producido por mil explosiones, ensordecedor.

La bestia avanzó hacia Orlov, quien estiró sus brazos tanto como le fue posible para avanzar más rápido, pero la masa roja daba pasos de gigante. Marcus se  asomó, sujetó al comandante y lo jaló. La turbina alcanzó el ciento por ciento de su velocidad; en la cabina, una luz indicaba que su funcionamiento estaba en un punto crítico. La velocidad del aire succionado ralentizó a ese rubio deforme y pronto despegó sus botas de la metálica superficie esférica.

Los lizardos cerraron la escotilla y la aseguraron; a través de una pequeña ventana contemplaron al andromediano luchando por alcanzar algo de qué sostenerse. Lentamente fue tragado por las hélices de la turbina, golpeado y machacado a una velocidad increíble; en menos de un parpadeo ni evidencia quedaba, cada partícula de su sangre fue distribuida por el sistema de ventilación.

-Vaya. Muerto a manos de su mayor fan (ventilador) –agregó Marcus.

Al otro lado de los ductos, por una rejilla se escuchaba el motor de las turbinas de la nave.

-Se puede sentir al fin aire fresco -expresó un guardia.
-Eso es bueno, sigan buscando. Schnell (rápido) –ordenó Adonis Neumann, quien iba pasando por el lugar.

El comodoro andromediano se posó un segundo justo debajo de la rejilla para sentir el aire. Pero lo que sintió fue un baño de sangre, procedente del otro lado de la turbina, donde hubo una batalla a muerte.

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