sábado, 26 de enero de 2008

El Crudo Desayuno (Ejemplo de Crónica)

Por Antonio Alonso Rodríguez


Tlatlauquitepec, “Lugar del Cerro Colorado”, ciudad antigua y llamativa, hogar de una cultura antigua e imperecedera.

En éste rincón de Puebla, por los años 70’s, radicó Doña Teresita Lara, hermana del musicopoeta Agustín Lara, con su marido Don Nicanor, en una casita blanca en la avenida principal.

El matrimonio paseaba por el parque todas las tardes, muy bien vestidos; de noche, la señora gustaba de tocar el piano, empezando siempre con su obra “Adios Nicanor”, hecha famosa por Agustín Lara.

Por ello daba gusto pasar frente a la casa, como asevera Aureliano Chávez, antiguo vecino, pero como eran asiduos del chupe, la “orquesta se volvía circo”.

A los poblanos se les califica de mochos, pero los tlatlauqueños, aclara Chávez, son pachangueros.

Durante una “Fiesta del Pueblo” se hicieron Primeras Comuniones, de las que se ofrecieron desayunos, y a uno asistieron Doña Teresita y Don Nicanor, llegaron elegantemente vestidos, “crudos, desvelados y animados”, recuerda.

En la fiesta gustaron los adornos rosas. Güeyano Chávez y los Lara fueron compañeros de mesa, de la que el destino haría a los invitados y agregados presenciar eventos memorables.

Chocolate, atole, café con leche, pan de huevo, tamales, tlayoyos (gorditas de masa y manteca rellenas de alberjón y hojas de aguacate molidas) y pastel fueron el manjar a degustar. Todos disfrutaron, comieron y bebieron hasta reventar.

“Nadie prestó atención a la cruda de Doña Teresita”, comió tanto que se le revolvió el estómago y, sin decir agua va, vomitó sobre la mesa salpicando a los comensales; “no le dio pena, se levantó muy propia, se agarró del brazo de Don Nicanor y se fueron”.

Güeyano recuerda el enojo de la anfitriona, asegura que tiró el mantel lo más lejos que pudo con todo lo que había en él. Y con el mantel se fue la fiesta.

El toque cómico lo dio Don Nicanor al volver a esa casa por la tarde, para preguntar: “¿Entre los trastos se encuentran las placas dentales de Teresita?”. En su casa no las encontraban y ella tenía hambre, pero no podía masticar.

La impertinencia de Don Nicanor hizo enojar más a la señora, quien sólo señaló al asquerosamente manchado mantel, refundido en el patio, aún con los trastos y la comida.

Nicanor se acercó a revolotear y, por sorpresa, encontró las placas dentales de Doña Teresita Lara.

Desde ese entonces, antes de invitar al matrimonio, tenía que pensárselo más de dos veces, recuerda graciosamente este testigo.

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