domingo, 4 de mayo de 2014

Amar la Luna. Parte III.

Por Antonio Alonso.

*Ahora quiero saber que sigue... eres un hijo de puta.
*Jajajajaja...Poli, ¿Poli Pocket o qué?...¿Mujer hermafrodita? Jajajaja...Toño es que tus relatos sobre el grupo "Amar la luna" son tan intrigantes como sarcásticos y con cierto humor involuntario. Los amo. Soy fan.  No puedo creer que toda esta aventura detectivesca se desarrolle en el Puerto de Veracruz.
*Ya me volviste a dejar igual! otro muerto y ni madre de pistas!!!




Utilería.

En el futurista complejo de celdas parecía nunca pasar eltiempo, debido a su iluminación artificial. Cada bloque de prisioneros debíacumplir funciones específicas para la sostenibilidad del sitio, y a Fabián lehabían asignado labores en las hortalizas. Cansados, sucios y con sus uniformespercudidos, los agricultores aprovechaban cinco minutos por cada sesenta paradarse un respiro y luego volver al intenso trabajo. Era el último receso antesdel cambio de equipo; esas doce horas se sentían como el infierno con esasofocante luz amarilla y el calor de cincuenta grados Celsius. Al menos no leasignaron picar roca en las minas como Roberto, el desconocido con quiencompartía celda. Los guardias los formaron en un contingente para marcharcamino a las duchas, con sus herramientas al hombro, como si fueran armas, ysilbando tonadas de canciones viejas como MoonRiver o The Green Leaves of Summer.La primera le recordaba a Thania, a quien imaginaba usurpando el papel deAudrey Hepburn.
Marchaban sobre el camino principal, Rosenstrasse, unaamplia avenida arbolada y con abundantes rosas en ambos lados. Al fondo, se vedistante la gigantesca columna que sostiene el domo principal, con sus lucesazules subiendo y bajando como en una carrera; más allá, las chimeneas de lasfactorías, a donde se supone que van los trabajadores menos disciplinados.Nadie podía hablar sobre lo que sucedía en su lugar de trabajo; tenían algunasmañas ingeniosas para comunicar que algo estaba mal, pero no podían hacer másque especular.
En una ocasión, según le comentaron a Fabián durante susprimeras noches ahí, un prisionero recién llegado denunció maltrato por partede los guardias y cuestionó todo, algunos lo secundaron; sus trajes se tiñeronrojos, aunque no era sangre. El soporte principal también brilló en rojo, unaalarma sonó y los guardias se apartaron, lo mismo hicieron otros prisioneros.Un rayo se disparó desde lo alto y los vaporizó, dejando sólo sus ropas yalgunas piezas dentales metálicas o prótesis adheridas a sus huesos. Desdeentonces nadie cuestiona nada.
Y seguían silbando, mirando a los compañeros de los costadossólo con girar los ojos. Tenían miedo cada vez que pasaban sobre las marcas deese rayo mortífero que un día acabó con la vida de sus amigos. Alguien del tercercontingente cayó al suelo, nadie se detuvo para ayudarle, hasta que llegaronlos guardias y lo molieron a golpes, obligándole a levantarse por su cuenta.Eran curiosos los casos específicos en que usaban la fuerza.
En la ducha no había guardias, pero tampoco salidas deemergencia o respiraderos más grandes que el tamaño de una pelota de béisbol.Era el turno del baño del primer contingente, dos centenas de personas en unsilencio abrumador donde la paz era quebrantada por el choque del agua contrael suelo. Algunos rompieron en llanto, siempre lo hacían. La impunidad y laincapacidad de hacer algo para dependerse eran los sentimientos que llenaban apocos.
-Es que tenemos que hacer algo – pensó en voz alta FabiánRicarte-.
Todos se giraron hacia donde el joven antropólogo, aspirandoaire en sorpresa. Nadie se esperaba un comentario así desde hacía meses. Alotro extremo, su antisocial compañero de cuarto aplaudió con apatía. Y comenzóuna burla sínica.
-Con que el doctorcito quiere hacer su propia lucha.Adelante, que lo maten. Estoy harto de que se ponga a hablar cosas sin sentidotodas las noches, pensando por qué lo trajeron aquí, quienes son éstos tipos,etcétera. Con conclusiones descabelladas y bien pendejas. Supongo que lo deahorita debe ser la culminación de todas tus cavilaciones, ¿no? Pues,felicidades. ¿De qué vas a querer tu pizza, de peperoni o de tu puta madre?
Los demás lo abuchearon y le arrojaron jabones. Un adulto,de unos cincuenta años, le metió por la fuerza uno en la boca.
-¡Cállate, pinche Roberto! Estamos hartos también de tantamamada sólo queremos una explicación, seguro algo dicen.
-Sí, claro –replicó-. Los putitos no saben por qué chingadosestán aquí. Pues por eso, ¡por putitos, todos! Es un castigo por una vida así.¡Váyanse a la verga todos, ustedes y sus soluciones! Nada podrá sacarnos, nadieha salido nunca.
Ricarte avanzó hacia él, aun con jabón en el cuerpo, y losdemás le abrían paso. Roberto cayó de rodillas al piso, sollozando.
-Tú tienes una teoría.
-No, doctor. Chinga tu madre, vete.
Ni siquiera lo volteó a ver, pero Fabián se acercó más y seagachó, estaba molesto por esa actitud rabiosa, colérica. Le exigió de nuevacuenta que expresara lo que sabía, y nada. El turno del contingente en la duchaestaba por terminar y necesitaban saber eso.
-Debes decírmelo ahora. ¿Qué sabes?
Sonó una alarma, indicando el fin del baño. Todos salieron yfueron escoltados a sus respectivos separos. Roberto tendido en su colchón yFabián insistiendo en que le contara. Y al milésimo intento consiguió una quejay un escupitajo en la cara.
-¡Ya estuvo bueno, wey! Te dije que no. Déjame en paz.
-Sólo quiero que me digas lo que piensas, es todo. Estoyseguro de que es una versión diferente, una versión interesante, sobre todoesto. Te prometo que no lo cuento, no me río, ni te preguntaré más cosas. Nadamás dime.
Roberto se giró boca arriba y miró a Fabián un instante,luego esquivó la mirada. 
-Yo he estado allá arriba. Sé que nunca nadie ha salido nisaldrá de aquí, aunque esos caras de verga digan que sí. No tienes idea de loque le hacen a la gente. Cuando entras ahí, nada vuelve a ser tú, o tuyo. Estraumático, vomitas con sólo verlo. Cuando te hacen eso, te usan para otrascosas. Luego están esos camiones donde ponen lo que hacen, no sé a dónde van;está muy bien cuidado, no hay rótulos, no hay placas. Aunque no desperdiciannada, ahí huele a muerte. Me hicieron verlo, fue el castigo por mi pecado. Yahí estaba él, señalando lo que quería que viera y contándome con detalle lascosas. Lo odié, lo odié tanto que mi pecado se limpió.
-¿Tu pecado se limpió?
-No te diré más. Quiero estar sólo.
-¿Esto cuándo pasó?
Roberto se había quedado dormido encima de una mancha delágrimas en su almohada. Antes de terminar su descanso, Fabián reportó a sucompañero como incapacitado y se dirigió a la clínica para pedir unoscalmantes. Se encontró a Frank en el camino, quien le comentó que habíanliberado a tres personas del bloque XHG. Le preguntó si la noticia no leparecía alegre, pero Roberto ni siquiera había escuchado.
La clínica era el punto más cercano a la columna principalal que se permitía el acceso, lo siguiente eran las fábricas y la estación deenergía. Al pobre individuo se le ocurrió apreciar la columna desde su base,subiéndose a unos contenedores junto a un muro muy alto. Comenzó por la puntadel soporte, prácticamente invisible, y bajó hasta donde otros complejos leimpedían ver. Cuando vio más abajo, unos perros pastor alemán le ladraban y losguardias sonaron un silbato, le ordenaron largarse. Pero no fue todo lo quehabía, antes que obedecer, sus ojos se abrieron como queriendo tragarse todo loque veían. Pero Fabián estaba mudo e inmóvil, lleno de odio y miedo. Se cayódel lugar donde estaba e intentó llegar ahí a través del hospital, pero estabacerrado; a la vuelta, la unidad de urgencias estaba abierta, los paramédicos yel personal de la ambulancia estaban haciendo guardia.
-Oigan, necesito ayuda.
-¡Largo de aquí! No hay nada que tengas que hacer aquí,sabandija.
Se lanzó sobre los cuatro a punta de golpes. Con una patadaen la rodilla tiró a un camillero, le quitó su casco y golpeó rápidamente a unparamédico en la cabeza, dejándolo inconsciente. Los otros dos, que eranenanos, le sujetaron por detrás, Fabián dejó caer su peso sobre ellos,tronándole a uno la espalda. El restante tomó una llave de tuercas que estabajunto a la ambulancia y unos cables para corriente, que usó como chacos. Aqueltomó las piernas del otro enano y lo arrojó al pequeño ninja, que murió alinstante por la fuerza del golpe de la cabeza contra su estómago. Las tropas deélite de los cuerpos de seguridad no se hicieron esperar y rodearon la zona,apuntando al prisionero con armas de todo tipo, desde pistolas hasta riflesfrancotirador ubicados en las azoteas, reluciendo sus trajes negros, con cascoscerrados hasta la cara que fungen como máscara antigas. Unos curiosos uniformescon un pulpo de seis tentáculos dibujado sobre el pecho izquierdo.
Fabián retrocedió, cuando tocó pared se dio cuenta de queera una entrada dibujada a una imaginaria sala de urgencias de un hospital deutilería. Pronto fue arrestado. Uno de ellos, seguramente alguien de altorango, contestó una llamada por radio.
-Felicidades, mocoso. Vas a conocer al sueco –le dijo alprófugo antes de subirlo a un camión para personal Opel-.  


Arcadio.

No da resultados.¿Será que necesitemos más? De cualquier modo, ha pasado mucho tiempo y no logrover lo que me prometiste. ¡¿Dónde puta madre está lo que me prometiste?!¡¿Hasta cuándo, coño?! Estoy hasta la madre de esto, ¿no te has dado cuenta?D-e-s-e-s-p-e-r-a-d-o. Harto, angustiado. Necesito que te reportes con urgencia  en Ká-dingir -Puerta de los Dioses, ensumerio-. No, tú y todos tus hombres. Unode ellos fue identificado por la policía y varios periódicos le llaman ya “elasesino de la chaqueta de cuero”. ¿Querrías explicarme? Un descuido tan grandeno es algo que fácilmente pueda olvidar, pudo poner en riesgo todo lo que hemoshecho, ¿o será lo que has hecho? Digo, porque ya no sé quién es el que mandaaquí, tú o yo. Porque ahora resulta que tú eliges a los sujetos y envías a tuspropios matones para conseguirlos. Oh, sí;  válgame, que no te enteras de nada. Hay unoficial asignado al caso y debemos evitar que nos siga el rastro, te pondré altanto cuando llegues, porque ahora resulta que soy tu puñetero informante. Esosí, déjame decirte algo, la próxima vez que algo así ocurra, asumiré completocontrol de las operaciones y tú, aunque seas el pionero, serás “evacuado”,¿comprendes? ¿O es que también tengo que explicártelo?
Fabián no pudo ver quién hablaba con tanta prisa, lo teníanamordazado y con la cabeza cubierta; empero se trataba de algo realmente serio,a pesar de que no se revelaron detalles durante la llamada telefónica. Esta persona azotó el teléfono contra elsuelo rompiéndolo en varios pedazos.
-Y éste, ¿quién es? –dijo la voz dañada luego de gritar tantopor el teléfono, se notaba calmado y elocuente, mientras hacía gárgaras conwhisky. Le respondió uno de los guardias.
-Un prisionero del bloque THX, señor. Intentó saltar el murode la Colonia.
-¿Existe un bloque THX? Ridículo, esto es la realidad, no unapelícula de ciencia ficción. Aunque, a decir verdad, las reglas aquí soncomparables a las de esa película de George Lucas. No importa. ¿Por qué hizoeso?
-Según el prisionero, quería conseguir ayuda médica paraalguien del bloque de trabajadores.
-Y luego de eso, él…
-Sí, él fue forzado a retirarse del muro, se enfrentó contraotros guardias y luego fue sometido. Una situación controlada, señor. Pero sutraje no reaccionó para impedirle hacerlo.
-Y… ah, ¿para qué me lo has traído?
-Señor, éste es el prisionero que usted expresamentesolicitó fuera traído aquí.
Una sensación extraña, ligeramente parecida a un escalofrío,recorrió su cuerpo; un raro hormigueo en la espalda impidió que se levantara,aunque sí demostró sorpresa ante la noticia. No podía apartar la mirada,rabiosa y asesina, de aquel bulto al otro extremo de la oficina decomunicaciones. No sabía si sus reacciones eran normales ante un caso así, perosu mano derecha comenzó a temblar como si fuera un ataque de Parkinson. Iba aocurrir una confrontación, sí es normal reaccionar así. Tomó su pañuelo de sedade Indias y secó gentilmente el sudor de su frente, luego humedeció sus labiosusando su lengua con lentitud. Apoyó sus manos sobre sus rodillas paralevantarse y tomó whisky directamente de la botella. Otro sorbo de whisky paraestar seguro.
Las luces de los monitores a sus espaldas iluminaban alsujeto sentado junto a la entrada pero oscurecían su rostro. Ordenó a losescoltas hacerse a un lado. Extendió la mano para intentar descubrirle la cara,pero dudaba si hacerlo o esperar. Al final lo hizo. Una llamada del Señor N., sucelular comenzó a sonar con el Can Can de Orfeo en los Infiernos mientras elrostro de éste sujeto se desvelaba en la ligera penumbra.
Ambos se vieron sorprendidos, clavando sus miradas uno alotro, uno con rencor y el otro con sadismo.
-Mira qué bien. A ti te esperaba para después, pero creo quepodemos ir adelantando las cosas. Como seguro escuchaste, los planes vanretrasados y tú ocupas un lugar en ellos. Guardias, llévenlo a Arcadia, laciudad de los osados, para que el señor aprenda a comportarse.


Repercusiones.

Thania convivía con Bety día y noche mientras Aldoinvestigaba. De vuelta al periódico el domingo a las seis de la mañana paracubrir la guardia, Bety leía las agendas de los funcionarios y las notas rojaspara saber qué cubrir durante el día. Estaba muy concentrada en ello. Thaniapreparaba el café muy cargado, de una marca de Córdoba que siempre ofrecía undelicioso café aromático.
-¿Crema?
-Sí.
-¿Azúcar?
-Dos.
-¿Qué tan caliente?
-Para tomármelo hoy.
Sirvió el café y tomó asiento en el escritorio de enfrente,junto a la ventana con vista al obelisco que conmemora a los héroes de laciudad de Veracruz. Arriba de la ventana, enmarcado y en grande, la foto en elmejor ángulo de Chirinos resbalándose en ese obelisco. Relajadas y en susasuntos, bebían su café, cuando un gran golpe se escuchó desde la planta baja.Thania se pasó el trago rápido pero Bety escupió el café y regó el contenido dela taza sobre el escritorio y la computadora; ambas gritaron y tenían muchomiedo, eran las únicas personas a esa hora en el edificio. Afuera aún estabaoscuro y la bruma marina era espesa, impidiendo un poco la visibilidad. Sereunieron en el comedor de la oficina, respirando con agitación, Beatriz estabahistérica, casi loca y gritaba en vez de hablar. Desesperó tanto a su amiga quele dio una bofetada con todas sus fuerzas, y sólo así se calmó.  
-Ay, no, Thania. Tengo mucho miedo, quédate aquí.
-Pinche gorda, no seas pendeja. Obvio es alguien, ¿o creesen fantasmas?
Bety se puso a rezar. Thania cogió una escoba y la sostuvocon los dos brazos para usarla con precisión en caso de ser necesario. Cuandollegó a la escalera, notó que el camino hacia la entrada era muy oscuro, seescuchaban compresores, golpes y cadenas. “Seguramente es en la sala deimpresión”, pensó y siguió avanzando. En medio de la oscuridad, los golpes denuevo, TAC-TAC-TAC, desde arriba el desgarrador grito de Bety diciendo “nuncamás”. Y así otras cuantas veces, “TAC-TAC-TAC, ¡nunca más!”
La gran puerta de vidrio de cuatro pulgadas se veía invadidapor un halo de luz y la silueta de una persona. La bruma y la oscuridad nodejaban ver quién era, hasta que volvió a golpear  y Thania contestó que se acercaba, al momentoque se repetía el  agudo y molesto “nuncamás” del piso superior. Tomó su llave y abrió. Se trataba de Natalia, la jefade información del periódico.
-Niña, tardaste demasiado en abrir. ¿De qué se trata? Bueno,no me importa de qué se trata, iré a misa pero no quiero andar cargando mibolso, tómalo y ponlo en mi escritorio. ¿Vino a trabajar la fodonga de Beatriz?Dile que quiero que valla a la Agencia de Investigaciones, rueda de prensa alas nueve de la mañana sobre el caso de asesinato de ayer en el Buenavista. Mevoy. ¡Apúrate, chamaca! ¿Qué esperas?
Natalia desapareció en la bruma y unos perros callejeroscomenzaron a aullar. Thania cerró con llave, dio la media vuelta y alcanzó aescuchar que algo se dirigía hacia ella desde la calle, una especie de rasguñoy una respiración pesada. Dio unos pasos atrás y cesó el ruido, pero suinquietud le hizo acercarse de nuevo; entonces, el cuerpo de un perro seestrelló contra la puerta a dos metros del suelo, quebrando la parte superiordel vidrio de cuatro centímetros de grueso. Ahora ella gritaba, salió corriendohasta el comedor de la sala de redacción, donde su amiga.
No pudo decir una sola palabra, así que se tomó una taza decafé sin respirar, luego el recipiente entero. Empezó a contar números pacientemente,hasta que se detuvo cerca del trescientos ochenta. Respiró hondo unas cuantasveces y pudo pronunciar algunas palabras sobre el perro, luego entregó elmensaje de Natalia a Bety. Pronto dieron las siete de la mañana y llegaronotros trabajadores que se dieron cuenta de lo sucedido y llamaron a la policía.
-¿Segura que no vio más, señorita?
-No, oficial.
-La letra “N” que tiene marcada el perro, ¿cree que sea unmensaje o amenaza hacia el periódico?
-No lo creo, no conozco a alguien, persona, funcionario,grupo o sociedad cuyo nombre empiece con “N”.
El policía se retiró para hablar con el Director delperiódico. Bety se acercó con una anotación en la mano.
-Amiga, tengo algo que puede ayudar a la investigación deAldo. Acompáñame, vamos a la AVI.
Muchos reporteros se concentraron ese día, la mayoría de laprensa amarillista y escritores de revistas y rotativos sensacionalistas. Otrostantos que viven del chayote y limosnas de quienes ostentan el poder. Laminoría presente, eran los periodistas serios. Hizo acto de presencia elSubprocurador de Justicia, el Director de la AVI y el capitán Aldo Ruíz. Todosdieron parte sobre sus conclusiones acerca del homicidio que estaban tratando.El Subprocurador amenazó de muerte a todo tipo de criminal, ya harto de tantaviolencia hasta intentó instruir a las fuerzas del orden para que comenzaranuna ofensiva. Por su parte, el Director de la Agencia de Investigacionessugirió moderación y paciencia, para realizar el trabajo en orden y llegar hastalas pruebas concluyentes, así como los culpables. La prensa lanzó una lluvia depreguntas y críticas al sistema policíaco. Bety pronto abordó a Aldo antes deque se retirara, con el papel en la mano.
-Mañana habrá un evento con muchas personas y todas están en peligro.
-¿Qué sugieres?
-Tienen que protegerlos. Es un caso de vida o muerte. Verás,mis informantes me…
La interrumpieron los funcionarios estatales, quienes sellevaron al capitán para seguir platicando sus asuntos. Aldo apenas alcanzó atomar el papel, con unas anotaciones escritas a prisa, poco comprensibles.


Bibloplegia antropodérmica.
Arrojaron a Fabián al lodo, dentro de algo parecido a un gueto. Varias personas que, como él, se enfrentaron a los guardias o intentaron escapar en alguna ocasión, y ahora vivían con temor. Un hombre anciano, calvo y de ojos redondos le ayudó a levantarse y le sacudió un poco el fango con su camisa. El joven antropólogo intentó identificar su entorno, era oscuro, húmedo y apestaba a mierda. Preguntó dónde estaba.
-Le llaman Arcadia –contestó el hombre-. Es donde encierran a quienes casi logramos escapar, o que al menos lo intentamos. ¡Esos rufianes!Aquí nos torturan de la peor forma posible. La pesadilla empieza cuando descubres a dónde van quienes exentan el experimento.
Caminaron hacia una ventana lateral. Fabián estaba horrorizado, era lo más sanguinario que hubiera visto jamás. Gritos de dolor y agonía reverberan por todos lados. Era una cueva muy alta, apenas iluminada con antorchas y reflectores, con centenares de murciélagos volando entre las estalactitas. Verdugos con la cabeza cubierta desollaron a sus víctimas uno tras otro, haciendo precisos y magistrales cortes a su piel, igual que un cirujano plástico, protegiéndola, para luego arrancarla completa de un solo tirón. El grito producido podría fácilmente afectar a quien lo escuchara.
Lo siguiente eran los músculos y después los órganos, uno por uno. Los colocaban en recipientes especiales, como si estuvieran cosechando algo. Y, al llegar al corazón, era la culminación del proceso; este órgano era tratado como el obsequio de un dios, luego se depositaba en un contenedor. Al final de cada proceso, los órganos eran llevados a un área lejana y la piel se trasladaba más allá de donde la vista les permitía.
-Dicen que las usan para bibloplegia antropodérmica –dijo el hombre, pasando la mano sobre su calva en señal de desesperación-.
-¿Qué es eso? –preguntó Fabián sin apartar la vista de tan macabro acto-.
-La usan para forrar libros.
-¿Ehhh?
-Sí, verá, yo era el administrador de la Biblioteca Universitaria. En alguna ocasión se nos habló de procesos como éste, en que se usa piel humana para forrar libros.
-Pero, ¿para qué querrían hacer eso?
Todos en el lugar se miraron dudosos, la falta de respuestas hizo que algunos especularan. La versión más reconocida incluye el famoso Biblos Mórtem.
-Mejor conocido como el Necronomicón –señaló una mujer mientras se asomaba de entre la penumbra del interior del gueto-. No cabe duda que esto es satánico; alguien con un poco de humanidad no permitiría que estas cosas sucedieran. Pero tanta maldad sólo puede ser inculcada a través de herramientas del Diablo como éste libro.
Se hizo un círculo de personas alrededor de ella. Había quienes le creían y quienes no, por lo que el debate no se hizo esperar, y todos intentaron hablar a la vez. No se comprendía una sola palabra, hasta que el más anciano del grupo, un hombre alto y robusto de unos setenta años, les hizo callar. Demian, como se le conocía, hizo el papel de mediador.
-Nada es seguro, muchacho –dijo-. Es probable, también, quesean personas como nosotros, siendo castigadas. Pero quien sabe. No le hagas caso a la hermana Roberta, está loca. Pero de quien debes cuidarte es del Sueco, ese hombre blanco de allá abajo. En una ocasión, unos chicos hicieron mucho ruido, tanto que llamaron su atención y vino por ellos; les arrancó la cabeza sin previo aviso y los arrojó a los desechos.
-¿No extrajo sus órganos?
-No.
-Supongo que hay un objetivo concreto para el uso de los órganos. Ese Sueco sabe bien que el cerebro y el corazón sufrieron de un trauma, haciéndolos casi inservibles para un trasplante, por ejemplo. ¿Hace cuánto fue eso que comenta, Damien?
-Seis años.
Fabián se sorprendió por el tiempo que llevaba esa gente encerrada allí. Sin embargo, estaba interesado en esa anécdota que le contaron,pues sería la púnica forma de escapar, hasta el momento.

La niñera.
Sentaron a Aldo Ruiz y a Javier Morán en el banquillo. Frente a ellos, el Director de la AVI desplegaba un plano del Centro de la Ciudad de Veracruz. “Esta es la avenida Zaragoza”, señaló y comenzó a delimitar un área.Hizo de conocimiento de los detectives que una manifestación se llevaría a cabo para protestar en contra de la violencia hacia los homosexuales. El capitán Ruiz no se extrañó, Beatriz ya le había advertido de ese evento unos minutos atrás.
-¿Qué hay de extraordinario en esta manifestación?
El Subprocurador de Justicia Corona saltó de su asiento,furioso.
-No tengo que recordarle, capitán, la reciente y creciente ola de asesinatos de miembros de la comunidad lésbica y gay. Es éste tipo de gente la que se va a postrar en el centro de nuestras calles, enojados,gritándonos, aventándonos cuanto encuentren. Los encabeza un grupillo. Eh, ¿cómo se llama?
-Amar La Luna, señor.
-Exacto. Amar la Luna, cosa que me extraña, pues hace más de seis años que no operan. Me dijeron que ese nombre es una de sus pistas, por lo que creemos que podrían todos estar en peligro. También, en nuestro archivo figura que varios de los miembros de éste grupo han desaparecido poco a poco,sin rastro. Es imperante asegurar la integridad de éstas personas.
-¿O sea que seré niñera? –dijo Aldo con sarcasmo-.
-Sí, y si es necesario limpiarás mucha caca. Deberás ponerte en comunicación con Oscar Blanchet, es uno de los organizadores. Y, sólo para que lo sepan, no es fácil encontrarlo.
Morán no pudo ocultar su intriga. Al terminar la reunión, se dirigían de la subprocuraduría al Bar La Oruga, donde se sabe que Blanchet pasa sus tardes desde los últimos seis años.Charlaron en el camino. El sargento revisó varias veces la información de su sujeto en la base de datos, estaba limpio; sin fotografías ni archivos del periódico.
-Esto es raro. Normalmente se tiene registro de quienes dirigen o encabezan asociaciones y grupos de personas.
Siguió buscando directamente en internet sin resultados. Aldo estaba cansado, hacía algunos días que no descansaba y no podía dejar de pensar en lo que habría de hacer la mañana siguiente para proteger a quién sabe cuántos. “Pinches putos”, susurró.
Llegaron a los médanos de arena de la Reserva 4, “refundido” en un área olvidada de Veracruz. El auto apenas pudo avanzar hasta que llegaron a un lugar casi en obra negra, pero que funcionaba como bar. Afuera lo identificaba una lona con la imagen de una mujer semidesnuda enseñando los pechos.
-Alguna vez vine aquí por un vaso con agua, es que tenía sed –comentó Ruiz-.
Eran casi las seis de la tarde y empezaba a oscurecer; dentro estaba menos iluminado que afuera, apenas brillaban unos focos rojizos mal distribuidos y unas luces de neón al fondo,detrás de la barra. Sentados a la izquierda un par de albañiles, recién llegando de una obra y mal gastando la raya con una caguama cada uno; por el otro lado,dos mujeres regordetas y viejas revisando un catálogo de avón. El encargado del bar acomodaba unas cajas de cerveza. Aldo golpeó la barra con los nudillos paral lamar su atención, pero los agentes iban tan bien vestidos que saltaban a la atención de todos y, por lo mismo, los ignoraban. Así que volvió a golpear.
-¿Qué madres quieres, poli?
Aldo se rió.
-¿Poli? ¿Poli Pocket o qué?Queremos cerveza.
-Aquí no hay nada para ti,Poli –dijo el hombre mientras sujetaba un machete escondido bajo la barra-.
Los albañiles se levantaron para observar los movimientos de los agentes. Las mujeres se hicieron a un lado, abrazándose mutuamente.
-Señores –intentó prevenir Morán-, no quieran cometer un grave error.
-Oh, no, pinche puto. Aquí no cometemos errores. ¿Verdad, muchachos?
Los albañiles asintieron con un “ajá”, tomaron tus botellas de caguama y las quebraron para usar los filos como arma. La cerveza se regó por todo el piso, manchándoles hasta la cara. Las prostitutas del bar no sabían si permanecer ahí o salir, pero el miedo les impidió reaccionar. Los hombres se acercaron a la barra, el encargado empuñó el machete y se prepararon para aventárseles a golpes. Aldo sacó de debajo de la camisa su Mágnum 44, a la vez que los otros retrocedieron y Morán aprovechó para tomar su pistola Walter.
-Esta pistola es poderosa,podría partirles la cabeza de un tiro –aseveró el capitán-. ¿Creen estar de suerte hoy?
Los hombres saltaron al ataque. El agente disparó en tres ocasiones, acertando cada disparo. El cuerpo del barman salió proyectado contra su barra de licores, tirándole todo encima,y los otros dos bañaron de sesos el techo. Las mujeres gritaron horrorizadas,la sangre cubría sus semblantes y sus ropas. Mientras Javier Morán aseguraba el lugar, Aldo se acercó a ellas.
-Oruga, maldita perra. A tite buscaba.
Oruga era la más fea,gorda, vieja y flácida de las dos prostitutas, que también hacían de meseras. Ella es, a su vez, la propietaria del establecimiento ilegal. Es conocida por traficar drogas con diferentes cárteles y cerrar exitosos tratos teniendo sexo.Una mujer hermafrodita que supo aprovechar de manera extraña su condición y sus contactos con diferentes proxenetas y redes de prostitución. Controlaba una envidiable red de comunicación en que se manejaba información hasta de altos funcionarios.
-A ti no –dijo Aldo a la otra chica-, será mejor que te vayas ahora. Dime, Oruga. ¿Dónde encuentro a Blanchet? Más te vale decírmelo
-No lo conozco. Déjame en paz, pendejo.
-Mujer, no me obligues a hacerte lo que hice a esos cabrones.
-¿Me dejarás en paz y  pagarás los daños?
-Sí, lo que quieras –ledijo mientras pasaba la mano por sus enormes nalgas sintéticas-.
-Oquei. Oscar Blanchet está en Catarina's a ésta hora. Él viene aquí solo hasta que anochece.
Ruiz la soltó y le rompió el cuello. Javier gritó y revisó el cuerpo.
-Pero, ¿por qué hizo eso,capitán?
-Muchacho, nos dio una pista gigantesca. Además, no tengo dinero para pagarle. Vámonos.
Salieron y la oscuridad reinaba. Las luces de las casas y el paupérrimo alumbrado público eran luces remotas, perdidas en el fondo. Los policías no se ubicaban, no podían ver su auto. Tres bolas de fuego salieron de la nada e impactaron contra el vehículo,haciéndolo estallar. Sólo así se iluminó un poco de la calle. Tomaron sus armas y se pegaron espalda con espalda. El grito desgarrador de una mujer rompió el silencio inquietante de la situación, corrieron a buscarla un par de cuadras adelante, esquivando algunas rocas difícilmente visibles.
Era la otra mesera de La Oruga, ardiendo en llamas. Voltearon a todos lados y otra ronda de llamas se dirigía hacia ellos a toda velocidad. Morán las esquivó, pero Aldo comenzó a dispararles haciéndolas estallar en el aire. Otras dos más desde atrás y por un costado, pero su puntería lo salvó nuevamente. Recargó el arma, las balas se le cayeron y no podía ver de dónde recogerlas. En esta ocasión, múltiples objetivos se acercaban y Aldo prefirió tirarse pecho a tierra. Morán les disparó a todas fallando en una, que impactó cerca de Aldo.
Una carcajada siniestra se oyó a lo lejos, cerca del viejo huerto de mangos. Aldo tardó en levantarse, laexplosión lo dejó aturdido.  Javier le ayudó a moverse y se dirigieron a los árboles de mango, adentrándose. Habían caído en una trampa, cuando la risa se escuchó de nuevo, el follaje de todos los mangos se prendió y expulsó brutales llamaradas. Una silueta humanoide apareció al otro lado del terreno y, cubriéndose detrás de uno de los árboles,arrojó de sus manos más bolas de fuego, pero fallando en su ataque.
El sargento intentó acercarse, esquivando ramas encendidas y otros obstáculos, para poder flanquear al objetivo. Las risas, desquiciantes, no cesaban, y el ataque se hacía más intenso. Aldo cuidaba cada bala, pero fallaba en cada disparo. El sujeto se acercó más a su presa para propinar un ataque más; mientras encendía otra bola de fuego, Javier le disparó a ésta, haciendo que él se prendiera en llamas, y luego le dio un tiro fulminante en la cabeza. Cayó el cuerpo inerte al suelo.
La iluminación volvió a la normalidad. Los vecinos salieron cargando cubetas de agua para apagar el fuego.Al final, registraron el cuerpo apenas identificable. En su bolsillo encontraron un anillo de oro con una N de diamantes incrustados, así como algunas identificaciones. Positivo. Aldo se comunicó a la comandancia.
-Aquí la niñera. Blanchet muerto. No sé si me creerán lo que pasó.




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