miércoles, 15 de junio de 2011

Año Cero 1

El domo de cristal, en medio de aquel desierto inhóspito, parecía un verdadero oasis. Albergaba dentro un jardín enorme, con una variedad vegetal increíble. Atravesarlo a pié podría tomar días, pero habría valido la pena apreciar el cambiante ecosistema entre un rincón y otro; todos los climas estaban representados: desierto, tundra, selva, trópico, etcétera.

El profesor Crocman estaba ocupado en su despacho, en la cúpula del domo que, vista desde fuera, se apreciaría como una diminuta protuberancia. Tenía frente a sí tres monitores en los que revisaba todos los archivos de su investigación para averiguar por qué había tenido que llevar a cabo el mismo experimento dos veces. El espacioso despacho, iluminado sólo por la enorme ventana que da hacia el domo, estaba en orden; a pesar de los largos días de trabajo y sin sueño, no había rastros de que el profesor Crocman se hubiera relajado sobre su sofá ni de que hubiera fumado su pipa. En verdad se le notaba concentrado, con los ojos inyectados en sangre.

El profesor Daniel Crocman era uno de los científicos más importantes de su época, desde que hizo la bomba de gas que acabó con los saturnianos que habían declarado la guerra a su raza. Individuos muy altos, con garras, pieles duras y rugosas, cráneos grandes y hocicos un poco alargados, sin orejas ni cabello. Solían tener cola, hasta que varias generaciones antes se determinó su inutilidad y se forzaron artificialmente a eliminar su cola de su evolución sucesiva. Seres muy inteligentes, una raza antiquísima de rápida reproducción y crecientes y constantes necesidades. Los lizardos, antes de intentar comprender el universo, eran conocidos como colonizadores y exterminadores.

Tres beep seguidos le hicieron saltar sobre su asiento; al fin se pudo dar un respiro, aunque no en las condiciones adecuadas. Los tres monitores de telecristal interrumpieron la información que analizaba el profesor, en su lugar apareció el Comandante Orlov en teleconferencia.

-Profesor Crocman, ya han pasado varios días desde el inicio de su reclusión. ¿Podría ahora hablar con cualquiera que no exista sólo dentro de su cabeza?
-¿Usted acostumbra interrumpir así a la gente, comandante Orlov?

Orlov cambió su actitud seria a una burlesca. Crocman se levantó de su asiento para coger su pipa y darse un merecido respiro.

-Como verá en mi mirada, no he terminado. Tienen que darme tiempo, hay demasiado qué analizar. No puedo dar un diagnóstico así como así sólo para satisfacer a la horda.
-Por favor, sea más respetuoso con el Ministerio. Yo sólo cumplo con lo que me piden que haga. Además, he hecho mucho por usted; mis hombres y yo hemos visto… “cosas”; queremos saber concretamente de qué se trata todo esto.

Crocman recela todo su trabajo, pero bien sabía que es obligatorio reportarse con sus patrocinadores. Con tono de rechazo, invitó a Orlov a una inspección en el domo. 

-Me gusta llamar a este lugar, mi jardín “Oasis”, una forma corta de decir “paraíso”. No sé si ya le comenté ese pequeño gusto mío.
-¡Sí! –exclamó al instante Orlov- Cientos de veces, incluso, cientos de veces antes de que éste domo se construyera. Muchas otras veces en cada reporte oficial, cada discurso; es más, todos los mapas del Ministerio señalan éste lugar como “Oasis”. Creo que me ha quedado muy claro hasta dónde llegan sus gustos, profesor. Sin embargo, viendo el desierto que es el resto del planeta, “paraíso” es un concepto muy apropiado.

Crocman sonrió de felicidad y se irguió en seña de orgullo por esta diminuta hazaña.

-Me alegra que me tomen en cuenta. Por cierto, le ofrezco una disculpa por el desorden de mi despacho –dijo Crocman, con tono sarcástico-, espero que no se sienta incómodo. El tiempo que he dedicado a mi investigación es el tiempo que he descuidado éste lugar.
-A veces no sé si ésta investigación lleva días o años, profesor. Pero ha invertido muchísimo tiempo y recursos en dos experimentos fallidos, éste desorden suyo puede considerarse un mero resumen de la situación. Por otro lado, hay algo que me enfada y a usted podría costarle un ataque cardíaco.

Un breve y profundo silencio invadió el despacho; la pipa de Crocman se había consumido sola desde la llamada por telecristal, su humo levantaba en una delgada cortina pegada al techo. La ventana del domo estaba media cerrada, por lo que la charla se desarrollaba a media luz, apoyada sólo de una lámpara de escritorio que iluminaba bajo de sí una carpeta membretada con las siglas “P.T.”

-¿Recuerda el planeta azul de Andrómeda? Aquél con el que habíamos celebrado una alianza antes de que se iniciara su primer experimento. En un intento de conquistarse los unos a los otros, esos estúpidos monos se autodestruyeron. Y a su planeta con ellos. No tuvimos tiempo de quitarles su agua. De alguna manera, sabíamos que esto iba a pasar de nuevo y no pudimos evitarlo. En esta ocasión, el Ministerio quiere que usted investigue por qué esa raza se ha salido de nuestro control; incluso es necia y parece empeorar cada vez que nos le acercamos. Su trabajo será el mismo que con nuestros antecesores involucionados, salvo que en ésta ocasión usted deberá clonarlos en su etapa evolutiva más actual.
-Orlov. Por favor dime que esta vez no los aniquilarás como a los tipo Dinardos las dos veces anteriores. Esta raza tiene más posibilidades.
-Que los destruyamos o no, eso depende de su buen trabajo, profesor. 

Crocman se levantó de su asiento para abrir la ventana y permitir que entre aire fresco. Apoyado sobre el marco de la ventana y viendo hacia fuera, se quedó pensativo.

-Debes asegurarme que me darás autoridad sobre los cuerpos de seguridad en Edén. No quiero si quiera considerar el uso de la fuerza para controlar a los monos.
-No sé qué es lo que piensa, profesor, pero de todos modos dejo en su escritorio todo lo concerniente al Proyecto Terra.
-Muchas gracias, comandante. Puede decirle al Ministerio que el trabajo se hará de acuerdo con los estándares del Proyecto Googol. 

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