viernes, 17 de junio de 2011

Año Cero 5.1


"Muy, muy entretenido. Es bonito ver a la ciencia ficción no tomarse tan en serio."
-Rodrígo Schwartz León.





Por Toño Alonso.






El planeta sede del proyecto Terra había dado ya unas veinte vueltas al Sol desde aquél día en que Denis sembró la semilla. Los lizardos difícilmente envejecían; su fría sangre y las lentas palpitaciones de sus corazones hacían de ellos entes muy longevos.

Más de noventa especímenes deambulaban libres por el domo, sin rumbo, sin qué hacer, sin ropa; expuestos ante el impredecible clima y las dificultades del terreno, como tener que atravesar ríos, escalar montañas, saltar rocas, trepar árboles, rodear precipicios; así como tener que buscar su propia comida.

Los elementos del destacamento lizardo en el domo ayudaron a distribuir a los monos en puntos específicos; asimismo, Denis y Daniel habían logrado reproducir la extraña planta, aún ignorando para qué servía, esperaban que sus creaciones sirvieran de experimento para ello. Era una planta capaz de sobrevivir a cualquier clima, pero crecía más esplendorosa en regiones cálidas, donde su fruto era rojo, en otros lados amarillo o verde, de consistencia dura y fibrosa. Los científicos nunca se atrevieron a probarlo, se limitaron a debatir sobre por qué variaba el color de la piel y no el color de la carnosidad del fruto, siempre amarillo.

Hilfiger sabía de la semilla desde que Orlov la entregó al laboratorio, se le notificó en un informe que detallaba estrictas órdenes de cuidar las plantas y frutos resultantes, principalmente.

Dragovich Orlov, a todos siempre pareció un personaje siniestro, hasta para sus hombres de confianza, Marcus Braun en la estación lunar y Sergei Hilfiger en el domo. Orlov siempre usa un guante negro en su mano izquierda, para esconder la horrible cicatriz que cubre su brazo completo, ocasionada por un interrogatorio durante la guerra del Nacht Sonne. El otro detalle era una cicatriz que atravesaba su cara, desde la frente hasta el mentón, pasando por su ojo izquierdo; el ojo aún lo tiene, pero ya no es útil para ver; esa herida se la ocasionó afeitándose con los ojos vendados, por una apuesta que, en medio de un río de sangre, ganó. Por último, una gabardina que usaba a manera de capa, tan larga que llega debajo de las rodillas, siempre la usaba, era negra y estaba hecha con la piel de un grupo de anarquistas que él mismo eliminó antes de que destruyeran la sede del Ministerio. Todo eso le había ocurrido la misma semana.

Hilfiger, masoquista, tiene un retrato de Orlov detrás de su escritorio en la comandancia del domo. Llevaba ya veinte años no haciendo más que dar órdenes y preguntar cómo iban las cosas; en todo ese tiempo nunca salió al jardín ni viajó a la estación lunar; de entre todos los que participan del Proyecto Terra, es el elemento que menos ha cambiado con el tiempo, excepto por unas escamas que se volvieron babosas debajo de sus párpados, haciéndole lucir como alguien muy agotado, cuando se supone que no lo es. Durante veinte años redactó informes para entregarle a Orlov durante su minuciosa y puntual inspección semanal.

La guerra del Nacht Sonne ocurrió durante esos veinte años; el Ministerio había comisionado a Orlov para pactar una tregua, pero fue tomado prisionero, junto con toda su flota.

La flota lizarda constaba de unos trescientos cruceros de batalla, la nave insignia fue la encargada de gasear Saturno durante la guerra anterior, es tan grande que, cuando recogió a Orlov en el domo no pudo entrar al planeta. Los enemigos eran los antiguos habitantes de Andrómeda, con cuyos ancestros Crocman y Devlin experimentaban en el domo. A ellos podría describírseles como seres bellísimos, obviamente evolucionados y de gran intelecto, bien armados pero generalmente pacíficos; cual más de ellos alto, blanco, rubio y con ojos de color.

El comodoro Adonis Neumann dirigía la flota desde la nave insignia andromediana, una esfera de hierro gigante, cuyo tamaño excedía un centenar de veces a la nave insignia contraria. Una de las principales defensas de la nave era cubrirse con un escudo de fuego, bajo el cual podía esconderse durante semanas, confundiénse con un sol ante ojos ajenos.

Así, los lizardos la creían un astro. La corona de fuego abrazó una a una a las naves de la flota haciéndolas explotar. La nave de Orlov y una escolta con un paupérrimo número de naves caza quedaron impunes; dispararon sin piedad ni objetivo claro, agotando su munición tontamente. La coraza de fuego desembarneció hasta dejar ver la brillante nave. Los disparos rebotaron y los misiles explotaban muchísimo antes de hacer contacto; antes de que cesaran el fuego, la esfera -humeante aún- brilló hasta cegar a la tripulación; una fuerte sacudida posterior paralizó los sistemas de navegación y defensa. Para cuando pudieron ver algo, ya los atraía la llamada “estrella de muerte”, ganadora de innumerables batallas épicas en nombre del Ministerio.

Se prepararon todos para descender en cuanto el campo tractor los dejara en el hangar, una tripulación de casi cien mil lizardos contra la población de un planeta artificial.

Marcus Braun era el comodoro de la nave insignia e iba como el segundo de cartera de Orlov. Tocaron suelo, se dieron cuenta por una brusca sacudida. Fuera ya los esperaba lo que de lejos parecía una mancha blanca, debido a los uniformes, todos armados hasta con cañones antiaéreos. Las tropas de Orlov descendieron en orden y se formaron frente a la nave, portaban sus armas descargadas, de no hacerlo así se habrían prestado a la muerte fácilmente.    

-Drágovich Orlov –dijo una voz suave y siniestra a través de un megáfono-.
-Y mi segundo, Marcus Braun –agregó el diligente lizardo, mirando hacia arriba mientras buscaba una oficina de comando del hangar-. Veníamos a pactar una tregua, pero...
-Creo que ya no será necesario, comandante   -interrumpió en seguida la voz-.

Una plataforma transparente y delgada se elevó sobre los andromedianos para acercarse a la comitiva del Ministerio. Una figura erguida, de unos tres metros, con el cabello lacio y largo hasta media espalda, ojos grises y brillantes, redondos como un par de monedas, tez blanca con una sonrisa triunfal; tenía las manos cruzadas por detrás de la espalda y portaba guantes negros; portaba un uniforme blanco de saco y pantalón, una línea roja atravesaba el pantalón por cada costado y otra atravesaba el saco por la solapa derecha, del lado izquierdo llevaba una placa de condecoraciones y la Cruz Imperial alrededor del cuello.

Cuando la plataforma tocó el suelo, a escasos cuatro metros de Orlov, la actitud del blanco denotaba desprecio, pero se confundía con indiferencia, aunque los de su raza no eran famosos por ser muy expresivos.

-Con que la Cruz Imperial, ¿eh? Hacía mucho que no la veía –murmusó el comandante lizardo.
-Desde que nos unimos al Ministerio que no se otorgaba esta condecoración. Pero, ahora que ustedes nos han desechado, nos hemos integrado en un imperio otra vez. Aun que uno pequeño, por obra y gracia suya, Dragóvich.
-Y, ¿por qué te dieron esa medalla, Adonis; por matar inocentes confederados?
-Por valor.

Un silencio se produjo en el enorme hangar. Entre ambos bandos, ni siquiera parpadearon. Marcus miraba a todos lados, como buscando detalles; Adonis lo miraba de reojo. Notó que era muy joven para ser comodoro, pero lo dejó pasar; algo que no ignoró fue que no tiene la mitad del brazo izquierdo, por lo que la manga de su uniforme la llevaba fajada en el pantalón.

-Orlov y el lacayo serán interrogados. Vigilen a los demás –gritó el jefe de los rubios; se les acercó un poco, no les llegaba ni al hombro-. No te ves tan valiente ahora.

La sede del interrogatorio era la sala de información, un recinto cilíndrico y enorme muy bien iluminado, parecía un coliseo por las gradas de alrededor, pero el único público eran una docena de guardias, el comodoro andromediano y los interrogados.

Un rayo de luz se disparó y ató a Marcus y Orlov de manos, cintura, piernas y cuello, los mantuvo suspendidos en el aire. El jefe de los guardias ordenó que probaran los instrumentos, para lo que dieron una descarga eléctrica a los presos. Un grito, rugido tremendo se escuchó en el coliseo, pero fuera de sus muros nadie se daba por enterado.

-Los instrumentos son ciento por ciento operacionales, señor –apuntó el operador a su jefe, quien reportó a Adonis que podían empezar.

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