jueves, 16 de junio de 2011

Año Cero 4

"Toñofilia, nueva pandemia de la humanidad, está en las Escrituras. Año Cero representa la incursión de Toño Alonso en la ciencia ficción no ausente de humor en los diálogos. Año Cero es una historia amena, contada con toda la pericia del género, que promete, conforme avanzan las entregas, un desarrollo cada vez más interesante. No sé a dónde vaya la historia, pero espero que el autor lo sepa... espero que lo sepa..." -Carlos Villarreal.



En la comodidad de su despacho, fumando su pipa y recostado en su sofá, acomodado frente a la ventana que da hacia el domo, Crocman despejaba su cabeza, ordenaba sus ideas y se planteaba todas las posibilidades con el Sujeto Cuatro. Era muy pequeño, aparentemente muy joven; los demás especímenes tenían más pelo y se veían más maltratados. En realidad, el Sujeto Cuatro prometía un experimento más próspero. 

Las preocupaciones del profesor iban más allá; no había seguido al pie de la letra el Proyecto Terra, pues iba en contra de su moral. “¿Se habrá dado cuenta el Ministerio?”, pensó. “No, no creo. Nadie ha entrado al planeta más que ese policía sadomasoquista de Orlov. Y nadie se ha acercado a éste planeta desde hace cinco años locales, cuando Daniel llegó; aun así, fue un viaje de ida y vuelta, sólo él y el piloto”. Sacudió su pipa en el cenicero para apagarla y sonrió.

-De ninguna manera –dijo-.

Se dirigió hacia la ventana para sentir la brisa. El panorama constaba de una nevada serranía, un lago enorme debajo de ella a su vez rodeado de un espeso bosque. El cielo se apreciaba azul a causa del grosor del cristal de la cúpula.

-Bertie, quisiera escuchar las aves del planeta Osiris. Enciende el micrófono, por favor.
-Sí, profesor.

En un segundo, el gran despacho era auditorio de un concierto en que participaban cientos de aves de distintos tipos. Trinando y silbando. Denis cerró sus ojos para imaginarse debajo del roble junto al riachuelo, al que siempre va cuando necesita relajarse. Igualmente, se quedó dormido recargado en la ventana.

En su sueño, estaba él tendido debajo del roble, durmiendo. Pronto, una brisa caliente le obligó a despertar, era insoportable y le hacía sudar. Las montañas y el bosque alrededor ardían en llamas; las aves y otros animales emitían sonidos aterradores al escapar del incendio. En un segundo, el riachuelo se secó y la vegetación murió antes de ceder al fuego. Crocman se vio rápidamente rodeado por las llamas. Una risa escalofriante. Hacia las montañas, detrás, se apreciaba una silueta que levantaba sus brazos en señal de triunfo. Silencio absoluto. La tierra se abre y se traga todo dentro del domo; luego, una explosión originada en lo que solía ser un oasis destruye la mitad del planeta.

Había dormido por horas. Crocman despertó aterrado y cayó al suelo. Sudaba frío y temblaba. Vio cómo sus manos se sacudían violentamente en consecuencia de su impactante sueño. Se arrastró hasta su sofá. Respiró profundo y reunió fuerzas para levantarse. Se sirvió coñac en un vaso para tragarlo de un sorbo. Carraspeó. Su rostro pronto se bañó en lágrimas.

-¡De ninguna manera! –gritó.

Bertie registró que el ritmo cardíaco del profesor se había acelerado. A través de su despachador envió un calmante y un vaso con agua.

-¿Está todo en orden, profesor?
-Sí, Bertie –dijo con la voz temblorosa-. Todo en orden. Por favor, avísale a Daniel que no podré ir al laboratorio hoy. Necesito concentrarme en otra cosa por el momento.
-Sí, profesor Crocman.

Crocman encendió su computador para investigar todo sobre la semilla de Orlov. Tecleó “Sukmeov”. El monitor mostró una pantalla roja y un cintillo en medio con letras grandes y amarillas que decía “Restringido. Requiere autorización de nivel 1”. Pronto pensó que Orlov debió haber bloqueado ese contenido; aun así, de haberlo pedido al Ministerio, Orlov algo habría inventado para evitar que conociera esa información. Miró la semilla con disgusto, la había puesto junto al teclado. “¿Qué rayos eres?”, pensó.

-¿Bertie?
-¿Sí, profesor?
-Iré al laboratorio. Que nadie entre. Ni siquiera Daniel.
-De acuerdo, profesor. Daniel se encuentra durmiendo.

A la mitad de la noche, irrumpió en su propio laboratorio, evitando hacer ruido para no despertar a seguridad. Se encerró. Llevaba en su mano el frasco con la semilla que Orlov le había dado la tarde anterior. Al hacer el análisis químico, ninguna sustancia era conocida, ni los compuestos ni la forma de las células.  Un escalofrío recorrió la espalda de Denis. “Emocionante y aterrador”, pensó en voz alta.

-¿Registraste toda la información, Bertie?
-Sí, profesor.
-Almacénala, más adelante sabremos qué es. Necesitamos más monos para averiguarlo. Pero no el Sujeto Cuatro, tengo otros planes para él. No tengo opción, debo cultivar esta semilla si quiero saber qué es y si quiero seguir con vida.

Dejó todo en orden antes de salir del laboratorio, para no levantar sospechas. En medio de la oscuridad, bajó al jardín para sembrar la semilla. Había mucha niebla, a través de ella se veían los rayos de luz de la luna. La sombra de Crocman se proyectó sobre una roca; era él aún con su bata, sosteniendo una pala con ambas manos. Se dirigió hacia la cima de una colina, un lugar despejado rodeado apenas de unas plantas pequeñas; la luna le seguía horizontalmente, de lejos sólo se veía la silueta de quien vagaba sospechosamente sólo para sembrar algo. Empezó a llover, unos rayos iluminaron el domo.

-Al fin llegué –al decir esto, el ahogado sonido de un trueno hizo temblar la tierra.

Comenzó a cavar un hoyo, sacó algunas rocas que se encontró y, en el fondo, puso la semilla, con miedo. Otro trueno. Comenzó a tapar el hoyo, un rayo iluminó su rostro; reía con ironía, pues cualquier cosa podría pasar a partir de ese momento. Al terminar, clavó la pala en la tierra y se tiró al suelo, rendido. Otro trueno.

-Ahora sí, que ocurra lo que deba ocurrir. ¡Estúpida semilla!

La lluvia empeoró y Denis se levantó para correr hacia la plataforma. Nada se veía a causa de la niebla debajo de la colina y los rayos sólo servían para cegarlo. Tropezándose y pasando por entre los matorrales, se dirigió a un pequeño hueco en la base de una colina cercana. Se refugió ahí hasta que la tormenta se hubo calmado un poco. Un rayo iluminó el lugar. Crocman vestía una bata desgarrada, estaba todo enlodado. A su lado, alcanzó a vislumbrar un pequeño bulto, acurrucado detrás de una roca. El Sujeto Cuatro estaba dormido. Su creador se le acercó para apreciarlo, le pareció  tierno verlo ahí; en medio de la tempestad algo le alegraba, y era el pensar que podría salvar a los de su especie, para darle compañía a ese crío. Una familia, quizás.

Dejó de llover y Denis subió a la cúpula. Escurría lodo. Rápidamente se aseó y cambió su ropa, limpió sus manchas para que nadie se diera cuenta.

-¿Qué hace, profesor?

Denis gritó del susto y dio la media vuelta de un salto, sosteniendo el palo del trapeador como un arma, apuntándolo hacia quien le hablaba. Al darse cuenta de que era Hilfiger, se relajó y bajó el palo.

-¡Ah! Era usted, capitán; me espantó. He regado algo de café y limpié, no podía dormir.
-Yo tampoco. Estuve caminando por la base para ver si me daba sueño y escuche la plataforma subir.
-Sí. Amm, bajé a sembrar la semilla del comandante Orlov. Subí en cuanto me agarró por sorpresa una lluvia. Vine a tomar algo de café, me resbalé con mi lodo, fui a cambiarme y volví para limpiar.
-Le creo, profesor -Hilfiger le miró con desconfianza-. Que tenga una buena noche, volveré a mi dormitorio.
-Yo haré lo mismo, capitán.

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